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Sebastián Ramírez Mendoza
Este fin de semana miles de personas se dieron cita en el Zócalo capitalino en defensa del Instituto Nacional Electoral. Como en cualquier movilización, se hicieron presentes toda clase de demandas y consignas, desde las que tenían el claro objetivo de desinformar sobre el contenido de la Reforma Electoral, hasta aquellas profundamente cargadas de clasismo.
La protesta nunca es mala, la forma en que sucede y el protocolo de seguridad que adoptan los gobiernos en encuentros masivos de esa naturaleza, es incluso un termómetro para medir el estado de una democracia. Quienes tenemos ya algunos años tomando las calles por diversas luchas, sabemos que hoy las marchas no pintan como lo hacían en sexenios anteriores.
Los lectores que hayan protestado en los aniversarios del 2 de octubre, por los jóvenes desaparecidos en Ayotzinapa, por la defensa del petróleo, por desconocer la elección ilegítima del 2006 o por cualquier otra lucha, sabrán que en todas ellas la represión estaba a la orden del día. Durante el gobierno de Mancera en la Ciudad de México hubo una enorme cantidad de detenciones arbitrarias y la violencia policial era el distintivo.
Hoy es innegable que la instrucción del Gobierno de la Doctora Sheinbaum es procurar la seguridad de todas las personas manifestantes y sobre todo, garantizar su derecho a la protesta pacífica. Es de celebrarse que quienes antes no tenían la necesidad de llevar sus luchas a las calles por tener toda clase de influencias dentro de las instituciones, ahora lo hagan, porque de esa forma pueden comenzar a entender que quienes
protestan no son vagos, ni personas sin quéhacer, ni todos los calificativos que históricamente han utilizado para desestimar causas justas.