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Abraham Mendieta
Quizás aquellos que mejor memoria tengan, y que hayan seguido con entusiasmo el desarrollo político del país, podrán recordar un hecho que parece remoto y lejano, pero que ocurrió apenas al inicio del presente sexenio.
En ese momento, la oposición tenía una apuesta poco institucional, pero muy problemática, que consistía en convertir a los gobernadores que no fueran emanados de Morena, que en ese momento, aún eran
mayoría, en los opositores naturales a la Cuarta Transformación.
Para ello, construyeron una herramienta política poco convencional, llamada Alianza Federalista, que les generó dolores de cabeza desde el primer día, cuando algunos de sus diez gobernadores iniciales, se desvincularon desde el minuto uno en que se publicó su manifiesto fundacional, lo cual generó además importantes problemas de gobernabilidad para Enrique Alfaro o Javier Corral.
Hoy se siente lejano ese Cabeza de Vaca, ahora prófugo, que decía que le pondría un alto a López Obrador como candidato opositor en 2024, o ese Bronco, ahora recién salido de prisión, que amenazaba incluso con romper el pacto federal para asignarse más recursos de los debidos.
Pero aún más lejana se siente esa Alianza Federalista cuando vemos hoy la fuerza de una Conago que agrupa a 22 gobernadores afines a la 4T, y a varios opositores que no lo son tanto, y que mejor le apuestan a la coordinación con el gobierno federal, como Mauricio Vila, de Yucatán o Esteban Villegas, de Durango, y que ya no se prestan al golpeteo que en algún momento caracterizó a Diego Sinhué, o que por momentos y caprichos protagoniza la despistada Maru Campos, según el pie con el que despierte ese día.
Lo que queda claro con los altos niveles de aprobación de López Obrador y de la Cuarta Transformación, es que ser un opositor frontal es, por el momento, un mal negocio para todos los gobernadores del país.