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Jorge Gómez Naredo
Según su concepción del mundo, ellos son la democracia. Sin su presencia -repiten una y otra vez- el sistema electoral en México se cae. Colapsa. Si no están ahí, vigilando, todo se vuelve dictadura y autoritarismo y el país, todo el país, se oscurece.
Así lo difunden siempre. Cuando les preguntan, lo responden: somos la democracia, somos la democracia, somos la democracia. Sus nombres son Lorenzo Córdova y Ciro Murayama, y se asumen como imprescindibles: sin ellos, el país se cae.
Hace unos días los entrevistaron, y afirmaron que los mexicanos no tienen “el A DN” de la democracia. Por eso ellos -dicen- son tan importantes, porque son los que lo inoculan -vía el Instituto Nacional Electoral- la democracia en la sociedad. Sin ellos, el pueblo se mata. Sin ellos, todo es caos. Sin ellos, nada funciona.
Lo de Lorenzo y Ciro, más que soberbia y prepotencia, es desprecio. Desprecian a la gente. Desprecian al pueblo. Desprecian a quienes piensan distinto a ellos. Se asumen como unos gigantes que le dan a México el título de país democrático.
Pero al final, más que luchar por la democracia (que no lo hacen) y la equidad electoral (que tampoco lo hacen), su batalla ha sido por el poder y los recursos públicos. Están enojados: no quieren austeridad. No quieren que toquen sus privilegios. No quieren que les quiten la riqueza. Y disfrazan su
lucha por el dinero y el poder, como si fuera defensa de la democracia.
Al final ello se siente gigantes de la democracia; en realidad son simples burócratas que se pegan como garrapatas al erario, todo en busca de hueso, poder y dinero.
