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Jorge Gómez Naredo
Las imágenes de estos últimos dos días han sido contundentes:
Primera: el presidente Andrés Manuel López Obrador recibiendo a su homólogo de Estados Unidos, Joe Biden, en el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, y después, ambos, subidos en la famosa Bestia, el auto ultramoderno y ultra seguro del mandatario estadounidense.
Segunda: los presidentes de México y Estados Unidos junto a sus esposas, y detrás de los cuatro, un retrato del presidente Benito Juárez, quien es símbolo de la soberanía mexicana y del respeto entre los pueblos del mundo.
Tercera: los presidentes de México, Estados Unidos y Canadá en el patio central de Palacio Nacional.
Los tres dirigen un mensaje a los medios de comunicación. En la ronda de preguntas, Biden es rápido, Justin Trudeau corto, y Andrés Manuel López Obrador se extiende. Explica, argumenta, echa discurso, va más allá de cuestiones técnicos y administrativos. Hace del mensaje de los tres presientes una especie de mañanera, pero en la tarde.
La Cumbre de Líderes de América del Norte fue un éxito. Andrés Manuel López Obrador, contra todos los pronósticos de la oposición, ha sabido llevar una buena relación con Canadá y, especialmente, con Estados Unidos.
Durante años, la derecha afirmó que si López Obrador llegaba a la presidencia, la política exterior mexicana sería un fracaso, que nos pelearíamos con todos, y que un pueblerino que no habla inglés difícilmente iba a tener buenos resultados.
Y pues se equivocaron. El de Tepetitán, Macuspana, en Tabasco, ha sabido leer el contexto internacional, y hoy, sin duda, se alza como un líder regional. Eso no lo soportan los de oposición. Por eso están tan enojados. Echando lumbre.
