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Jorge Gómez Naredo
Anteayer, los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) eligieron a su nueva presidenta, la ministra Norma Lucía Piña Hernández. Esta elección fue celebrada por toda la oposición. Parecía que hubieran ganado las elecciones presidenciales. Se dijo que había sido un “triunfo de la democracia” y que la “independencia” de poderes se salvaguardaba. Y por supuesto, colocaron a Andrés Manuel López Obrador como el gran perdedor.
Carlos Loret de Mola, en una columna llena de alegría, afirmó emocionado: “el personaje al que han tratado de retratar casi míticamente como políticamente invencible, arranca el año con dos duras derrotas. Muy duras. Y recibe así muestras claras de que su poder no es eterno ni indoblegable. Este 2 de enero le dieron a AMLO la bienvenida al quinto año, la bienvenida al ocaso”.
La pregunta es, ¿realmente esto es una derrota para el presidente?
Sin lugar a duda, se pierde una oportunidad de renovación en el Poder Judicial. Piña Hernández no representa un cambio, y muchos menos encabezará una reforma para limpiar de corrupción a ese poder que parece intocable. Así pues, la derrota no es para AMLO -que por supuesto hubiera deseado que recayera en otra persona la presidencia de la SCJN-, sino para el propio Poder Judicial y para el país mismo.
Ahora bien, algo que quedó claro es que, en México, hay separación de poder. Ese discurso de que AMLO “manda” tanto en el Poder Judicial como en el Legislativo es un absurdo: no ha podido aprobar reformas constitucionales y mucho menos decidir quién dirigirá la SCJN.
Así que, esa campaña de “AMLO dictador” es completamente falsa: puras mentiras.