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Ricardo Sevilla
Dejémonos de cuentos: la sucesión presidencial está en marcha. Los aspirantes saben que ya inició el proceso selectivo.
No esperarán al arranque de las campañas oficiales. Y es que la gente sabe, desde hace mucho tiempo, que las precampañas forman parte del juego. Cada aspirante intentará granjearse la venia del pueblo
y querrá perfilarse como la mejor opción.
Los candidatos de oposición se lanzarán fieramente contra el lopezobradorismo. Los que congenien con el amloísmo se jurarán los más sinceros continuadores del proyecto transformador. Vienen tiempos de tensiones y jaloneos.
Además del pueblo, empresarios, sindicatos, organizaciones civiles, líderes de opinión, periodistas, etcétera, nos veremos envueltos en una vorágine de eslóganes y declaraciones. Habrá sensatez, pero también imprudencias y contrasentidos.
Cada aspirante, aunque lo oculte, querrá debilitar a sus contrarios mediante revelaciones periodísticas, chismes e incluso calumnias.
Cada uno de los aspirantes iniciará o alentará una campaña de rumores para debilitar a sus competidores. Habrá quien lo haga abierta y desfachatadamente y habrá quien lo maquine solapadamente. Habrá medios de comunicación que impulsarán a tal o cual candidato. O candidata.
Vendrán, por un lado, entrevistas a
modo y, por otro, ataques sistemáticos a los opositores. Todos buscarán, desde luego,
el mismo fin: resultar elegidos. Todos, previamente, se dirán vencedores.
Cundirán las encuestas y empresas que digan, a voz en cuello, que cada una de sus mediciones son infalibles. En todos lados veremos, una y otra vez, aparecer los rostros y las voces de los implicados. Los asesores y consejeros llevarán a sus candidatos (o candidatas) por los medios tradicionales, las redes sociales para esparcir su propuesta.
Todos querrán estropear las promesas del oponente.