58 lecturas
Ricardo Sevilla
Sobre Avenida Paseo de la Reforma, un contingente de mujeres, hombres y adolescentes llevan pancartas que dicen: “Nosotros somos, orgullosamente, indios pata rajada y, desde Arcelia, Guerrero, venimos a apoyar nuestro Presidente”. Mientras blanden los carteles, exclaman al unísono: “¡Es un honor estar con Obrador!”
Más adelante, mientras señalan las instalaciones del banco español Bancomer, otro grupo de personas que dicen venir de Minatitlán grita: “¡Esos son, esos son, los que chingan la nación!”.
La marcha en apoyo a AMLO fue, antes de que sucediera, un éxito. “Todavía no dan las nueve de la mañana y los contingentes ya llegan hasta el Auditorio Nacional”, informó por redes sociales una usuaria que firma como @DannaPaulina94.
Por todos lados, la algarabía se respiró y se transpiró. Un pueblo, desdeñado por los neoliberales, que en todo momento supo organizarse y cronometrarse a la perfección. A cada proclama, y vaya que fueron muchas proclamas, la multitud lanzó un grito festivo.
Sobre avenida Juárez, don Ernesto, un señor de aproximadamente sesenta y cinco años, acompañado de su perrita Kira, aseguró: “Me canso ganso que no soy acarreado. Yo soy de Iztapalapa, de Santa Martha, y vine con mis propios recursos. Y en esta aventura no vengo solo; vengo con mi inseparable amiga, Kira, que también quiere hacerle sentir su apoyo al mejor Presidente de la historia”.
De pronto, frente Hemiciclo a Benito Juárez, resplandece la cabellera del presidente López Obrador. Camina a pasitos, porque todos lo quieren saludar, abrazar: besar. Los más audaces, y son muchos, se sacan una fotografía con él. Alguien, por ahí, le grita: “¡AMLO, hazme un hijo!”, y, al punto, estallan las carcajadas.