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Abraham Mendieta
A dos años de que termine el sexenio de López Obrador, comienza una batalla narrativa y discursiva apasionante por las consecuencias que tendrá para la historia de México en las próximas décadas: la batalla por el legado que explicará a las futuras generaciones qué fue ese periodo inicial de la Cuarta Transformación encabezado por AMLO.
Por un lado, es evidente que López Obrador profundiza sus políticas: consagra los aumentos presupuestales a la pensión de adultos mayores, sin duda su logro más aplaudido; asienta la política de becas y de universidades en zonas rurales; amplía la cobertura del programa Sembrando Vida; busca construir la mayor cantidad posible de kilómetros para caminos rurales; y afina sus proyectos estrella.
Pero no solo eso, también redobla esfuerzos en su pedagogía histórica y política de manera cotidiana: explica el pasado y vislumbra su idea del futuro, así como confronta ideológicamente a sus adversarios coyunturales, como Claudio X. o Felipe Calderón, y hasta otros histórico-nacionales, como Porfirio Díaz.
La apuesta de Andrés Manuel para definir su lugar en la historia es clara: el que cumplió sus promesas, sí, pero porque entendió, recorrió y explicó al país.
El reto para quienes quieran evitar que este sea el lugar que le depare la historia a López Obrador no es sencillo: es evidente que el presidente conoce el país, ha sabido traducir sus demandas en políticas públicas, se ha ganado el afecto de millones y ha cumplido el tronco de sus promesas de campaña.
Y la pregunta obligada para quienes tiene en frente es: ¿han recorrido ellos el país mientras López Obrador gobernaba? ¿Cumplieron ellos cuando estaban en el poder sus promesas de campaña?
¿Tienen, al menos, una explicación ajena a su clasismo de por qué López Obrador cuenta con esa simpatía tan alta?
Los caminos de la historia no siempre son tan impredecibles.