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Jorge Gómez Naredo
Están enojados. Fúricos. Se les nota en lo que escriben. En las formas en cómo lo dicen. Se les escucha así cuando hablan en la radio, en el tono, la fuerza de la voz y las pala- bras que usan. Se les observa claramente cuando salen en la tele y entre manoteos afirman que la “marcha de AMLO es lo peor”, una afrenta, un despropósito, una forma de incordiar a la sociedad, de dividir, de polarizar: de hacer más frágil nuestra democracia.
Algunos se burlan, pero con tono de encono. Así por ejemplo Denise Dresser, quien ayer, en el diario conservador donde publicar todos los lunes, describió lo que ella piensa que será la marcha del domingo 27: “Un AMLO-Fest. Una carta de amor. Un espejo encantado que refleje al líder al doble de su tamaño”.
Están muy enojados. ¿De verdad les molesta tanto que un presidente convoque a una marcha? ¿De verdad lo ven como una afrenta?
Cuando Andrés Manuel López Obrador llegó a la jefatura del Go- bierno del Distrito Federal en 2000, se comenzó a observar que había dos proyectos de nación. Uno, el neoliberal, encabezado por los del PRI y del PAN (en ese entonces, por Vicente Fox), y el que López Obrador reivindicaba: uno centrado en la justicia y en la fortaleza del Estado.
Hoy, 22 años después, la pugna entre ambos proyectos continúa. El de Andrés Manuel, que se pensaba derrotado en 2006 y en 2012, resurgió y desde 2018, gracias al apoyo del pueblo, es gobierno.
¿De verdad que el presidente no puede pedir apoyo a la población en esta lucha? ¿De verdad la gente no puede mostrar su simpatía por un proyecto de nación?
La derecha está enojada: le molesta mirar al pueblo marchar, salir a las calles y, especialmente, apoyar a su líder.