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Ricardo Sevilla.
Resulta alarmante la incesante campaña de golpes bajos, ‘Fake News’ y desinformación que se ha cernido contra la propuesta de reforma electoral propuesta por el Presidente López Obrador.
Un nado sincronizado que, por cierto, resulta tan obsceno como evidente. Pongamos algunos ejemplos: Jorge Fernández Menéndez, desde la empresa de Olegario Vázquez Raña (Excélsior), no ha dejado de lanzar sus arpones envenenados contra AMLO.
Otro caso: la senadora plurinominal Kenia López Rabadán, desde el negocio de Juan Francisco Ealy Ortiz (El Universal) no cesa de arrojar sus flechas emponzoñadas contra la Cuarta Transformación. Eso para no mencionar a los oficiosos odiadores de siempre: Enrique Krauze, Sergio Sarmiento, Ciro Gómez Leyva, Claudio X. González y un largo etcétera. Como se sabe, estos ataques tienen diferentes motivaciones.
En primer lugar porque el gobierno de López Obrador ha propuesto una transformación radical, democrática y necesaria de la sociedad mexicana. Y es que, a diferencia de lo que, en su momento hicieron el presidente espurio Felipe Calderón, y el presidente papanatas Enrique Peña Nieto, la administración de López Obrador ha encabezado esta transformación con medidas concretas y duraderas en favor de los intereses populares. Y todo ello a pesar de la férrea y encarnizada oposición de las élites conservadoras. Elites que han defendido, con uñas y dientes, sus monopolios, sus prerrogativas y sus privilegios. Una defensa que, por si fuera poco, han orquestado desde sus medios de comunicación y sus partidos políticos longevos y anquilosados.
Ahora están contra la reforma electoral que ha propuesto el Presidente López Obrador. Una reforma que, contra lo que dicen los hueros comentócratas de la derecha, no es un retroceso democrático ni pone en peligro el sistema electoral mexicano. Y justo por eso se han lanzado contra ella: porque es una reforma que pretende instaurar una democracia más limpia y más nítida, y cuyo objetivo central es que se acaben, de una vez por todas, los fraudes que tanto le gustan a los neoliberales.