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Abraham Mendieta.
Con la histórica victoria de Lula Da Silva en la elección presidencial brasileña que tuvo lugar ayer, donde Bolsonaro se convirtió en el primer presidente de Brasil que pierde la reelección, ocurrió algo que pasó desapercibido por todos los analistas políticos de la región: por primera vez en la historia, los 3 países latinoamericanos que integran en el G20, de las mayores economía mundiales (Brasil, México y Argentina) estarán claramente aliados ideológicamente a la izquierda, y con un proyecto compartido de coordinación económica y política.
Aun es un poco temprano para hablar de un posible proyecto de integración latinoamericana como el que se pretendió en la primera ola de gobiernos progresistas al inicio de siglo, sin embargo, este objetivo cuenta con grandes aliados en toda la región más allá de los machuchones del G20, empezando por Petro en Colombia, pero también con Luis Arce en Bolivia, Pedro Castillo en Perú, Xiomara Castro en Honduras o incluso, con más distancia, Gabriel Boric en Chile. Y eso sin contar a la trinidad que tanto molesta a la derecha internacional: Cuba, Venezuela y Nicaragua, que nunca más deben quedarse aislados por órdenes de EU o de la Unión Europea.
No es un asunto de democracia el que hace que los países económicamente más poderosos quieran dividir a la región: es una estrategia para que América Latina esté separa a la hora de negociar con ellos. Se cumpla o no el sueño de Bolívar, de Martí, de Artigas y de Chávez, dos cosas quedan muy claras: en primer lugar, esta segunda ola progresista en América Latina fue impulsada e inaugurada por el triunfo abrumador del presidente López Obrador en México, el gran ausente junto a Colombia de la primera ola, y en segundo lugar, eso genera un liderazgo de México en Latinoamérica a la hora de construir y coordinar a toda la región.