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Echados en la hamaca | Tenemos que hablar sobre Ricardo Monreal

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Antonio Attolini Murra 

Sí, de un tiempo para acá la controversia pública y notoria con iniciativas del Presidente ha sido su estilo y forma de involucrarse en la discusión pública.

Sí, también sabemos que se siente cómodo participando dentro de espacios de la oposición y valora positivamente ser considerado aliado, e incluso hasta amigo de distintos referentes de la misma. Ese es el camino que ha decidido tomar y es la forma que ha escogido para hacer política. No me interesa polemizar sobre él en lo particular, ni posicionarme en la lógica de las corcholatas
y su acelerada carrera por posicionamiento y notoriedad.

Lo que tenemos que discutir es la licencia que algunos dentro del movimiento se han tomado para extender credenciales, certificados y diplomas de autenticidad que, con la mano en la cintura y el dedo flamígero de arrogancia, le retiran a Ricardo Monreal. No podemos permitirnos una lucha fratricida y sectaria al interior del movimiento.
No ahora, no nunca.

El movimiento obradorista se entiende a sí mismo como nacionalista, soberano y antineoliberal. Si este planteamiento es serio y no una simulación, el proyecto político que abrazamos y por el cual luchamos no puede permitirse —no sería ético— la cacería de brujas en contra de compañeros y compañeras. Bien dicen que en política importan las formas, pero no esas de liberal acartonado que solo revisa su coreografía de ademanes y entonaciones.

Las formas en política para los obradoristas significa pensar en los principios por los cuales luchamos y la gente a la que nos debemos antes de cualquier interés personal. Pongamos la realidad de nuestro país por delante, nuestro mejor esfuerzo por pensar soluciones políticas a los problemas públicos y dejemos de promover los bochornosos espectáculos en donde algunos salivan por ver destruida en la “plaza pública virtual” una parte importante de nuestra organización, sin pensar en otra cosa más que el morbo y la satisfacción personal.

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