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Ricardo Sevilla
La proliferación informativa ha hecho creer a la derecha que está perfectamente informada. Pero se engaña, porque vastedad no es sinónimo de calidad.
Por si fuera poco, la clase conservadora ha asumido que para estar informados no requieren un esfuerzo añadido de su parte. En un universo (Internet y redes sociales), donde los textos y las imágenes se suceden de manera vertiginosa, los conservadores se preguntan: ¿qué sentido tiene investigar si la información nos llega? No necesitamos buscar información, mucho menos crearla. ¿Para qué, si está ahí?
Pobres. Sobre ellos ha caído la tiranía de la información sin sustento. Y es que ya el ingenioso George Orwell había vaticinado el uso de esta información como tiranía. Aldous Huxley, mucho más perspicaz, predijo que esa tiranía se impondría mediante el placer inextinguible de la diversión informativa sin límites. Eso que hoy llamamos amarillismo o, en el peor de los casos, sensacionalismo, es lo que consumen los neoliberales. Y ese tipo de “periodismo” es el que, lamentablemente, hoy está presente en casi todos los medios de comunicación.
Y la gente debe saber que a las empresas periodísticas o, mejor dicho: a los medios de comunicación corporativos, no les interesa el periodismo social, sino presentar notas y artículos que ofrecen noticias con titulares llamativos, escandalosos o exagerados con el fin de aumentar sus ventas. A la mayoría de los editores que trabajan en los medios de la derecha poco les interesa que
los trabajos que publican no cuenten con alguna evidencia o que aparezcan sin estar acompañados de una investigación bien sustentada.
Se necesitan periodistas que cuenten con una sólida formación ética. Pero esa clase de periodistas, y hay que decirlo con todas sus letras, escasean en la actualidad. Lamentablemente, hay muchas personas que están en este oficio a regañadientes o porque confundieron este oficio con la farándula.
Y mientras cundan los “periodistas” a los que les importa un cacahuate el periodismo de datos duros, continuarán proliferando los lectores anodinos que consuman bodrios sin rigor ni sustento periodístico como El rey del cash.