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Sebastián Ramírez Mendoza
Este martes vimos una de las escenas más alarmantes y violentas mientras un compañero del Instituto de Verificación Administrativa cumplía con su trabajo clausurando una taquería propiedad de la familia del alcalde Mauricio Tabe por violar el uso de suelo. En medio de la diligencia, el padre del alcalde, Daniel Tabe, tomó por el cuello a un funcionario amenazándolo, entre palabras muy desagradables, con matarlo.
Quienes militan en el panismo, que están acostumbrados a los privilegios, conciben al servicio público como todo menos una herramienta de transformación, y lamentablemente, la violencia es un recurso del que usualmente echan mano, basta un poco de memoria para dar cuenta de ello.
Hace no mucho tiempo la alcaldesa de Cuauhtémoc, Sandra Cuevas, enfrentó un proceso legal por golpear a un policía; mismo caso el de Lia Limón, quien mandó a privar de la libertad y torturar a un vecino de la alcaldía Álvaro Obregón en abril de este año; y no podemos olvidar tampoco cuando Christian Von Roehrich sometió a un vecino de 61 años en un parque de la Benito Juárez para golpearlo brutalmente y amenazarlo de muerte.
En el pasado Grito de Independencia, el Presidente López Obrador dijo: “Muera el racismo y muera el clasismo”. Y no faltó quien se sintió aludido, pareciera haber sido una predicción de los comentarios que leeríamos estos días, especialmente de quienes justifican la violencia del padre de Tabe.
Lo que vimos fue un espectáculo preocupantemente patético que ejemplifica el clasismo que debe acabar en México.
Tenemos una derecha violenta, racista y clasista. Nos dicen nacos, sin tener presente que la palabra viene de chinacos, quienes pelearon dignamente por nuestra libertad durante la intervención francesa, y al final del día, como dice el presidente, los nacos estamos de moda.