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Jorge Gómez Naredo
El temblor se sintió, y fuerte. Al menos
en el centro y en el occidente del país. El piso se movió, las paredes brincaron y las lámparas se balancearon. Vino entonces la desesperación, la necesidad de salir rápido de donde se estuviera porque el techo podía caerse y uno podía quedar atrapado o volverse sin vida si algo fuerte golpeaba la cabeza.
Los temblores son horribles porque te juegas la vida en unos cuantos segundos. Puede que la construcción en donde estés aguante, y sea solo el pánico y el susto. ¿Pero si no es así? Si estás en un edificio en la parte de arriba, quizás lo único que queda es esperar a que “no pase nada”. Y aunque la angustia no es letal, parece.
Somos un país de temblores con historias de temblores en zonas de temblores. Y por una extraña razón que no alcanza a ser respondida ni por el más científico de los científicos, septiembre es el mes de los temblores. Septiembre es patria y es sismos. Es alegría y es tragedia.
Quizás eso sea un buen resumen del país que somos.
Ayer, después de temblar, vinieron los impresentables a afirmar que la culpa
fue de Andrés Manuel López Obrador. Sí, dijeron eso. El panista Diego Fernández de Cevallos escribió en Twitter: “Queda claro que también la Tierra está cansada de tanta simulación en México, por eso, después del ‘simulacro de temblor’, tembló”.
Fernández de Cevallos es, sin duda, uno de los liderazgos más visibles del PAN.
Ante estas “críticas”, uno entiende por qué están tan en la lona los de la oposición, tan derrotados.
No se puede tomar en serio a una oposición si, sus críticas, son que “hasta la tierra” está cansada de AMLO.
Simplemente son un chiste. Solo producen risa. Y a veces ni eso.