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Ricardo Sevilla
Minutos después de haberse llevado a cabo el simulacro del 19 de septiembre en Ciudad de México, una vez más, se presentó un sismo. Otra
vez el caos, el miedo: la pesadilla. Nuevamente,
el entorno cotidiano de los habitantes de la
capital sufrió una inesperada metamorfosis. Los recuerdos de otros eventos similares y, por increíble que parezca, ocurridos el mismo día, un 19 de septiembre, abrieron las heridas del recuerdo. Y no es para menos.
No hay que olvidar que el 19 de septiembre de 1985 un terremoto de magnitud 8.1 sacudió las entrañas de la Ciudad de México. Treinta y dos años después, el 19 de septiembre de 2017, un sismo de magnitud 7.1 volvió a zarandear la ciudad de los palacios.
Cinco años después “quién carajo iba a decir que volvería a temblar tan gacho”, nos dice, con los ojos anegados de lágrimas, doña Elvia, una mujer que vende flautas y pambazos en la alcaldía Iztacalco.
“En mi casa se cayeron dos cuadros y unos muñequitos de porcelana que estaban en la repisa.
Pero, la verdad, yo no me quise bajar; me dio miedo caerme a mitad de la escalera”, nos dice, con los labios violáceos y temblorosos, don Pascual, un adulto mayor que vive en un apartamento en la alcaldía Benito Juárez, donde el cartel inmobiliario ha operado y hecho de las suyas con total impunidad.
“Mi sobrina dice que en las redes sociales ya están diciendo que la culpa es del Presidente
López Obrador. ¿Puede usted creerlo? ¡Son unos cabrones desfachatados que ya no saben ni qué inventar para regresar al poder! ¡Estos hijos de la tiznada han de creer que uno se chupa el dedo!”,
nos dice, con los ojos irrigados de euforia, doña Carmen, quien, en alguna parte de la conversación, nos confiesa haber votado por López Obrador.
Y agrega: “¡Son unos oportunistas, pero nosotros estamos muy al pendiente de lo que dice mi cabecita de algodón en las Mañaneras! ¡Habrase visto! ¡A nosotros ya ningún corrupto nos ve la cara!”.
No cabe duda de que el pueblo de México ha despertado y ya no está dispuesto a creer las mentiras que difunden las burdas marionetas del neoliberalismo.