69 lecturas
Jorge Gómez Naredo.
En la toma de posesión de Esteban Villegas como gobernador de Durango se toparon Marko Cortés, dirigente del PAN, y Alejandro Moreno “Alito”, del
PRI. Y no se saludaron. Estaban en el mismo lugar, pero cada uno por su lado.
Nada de acercamientos. Se hicieron el feo. Casi se gruñeron. En el pasado quedaron esos momentos en que ambos líderes acudían, llenos de sonrisa, a la sede de la Organizaciones de los Estados Americanos (OEA) para afirmar que Andrés Manuel López Obrador era un autoritario y que estaba en México la libertad de expresión en riesgo y bla bla bla.
Sí, en el pasado quedaron esos momentos en que ambos dirigentes se alzaban las manos mutuamente y gritaban fuerte “viva Va por México”. Ahora se
odian. Se detestan: sólo hay rencor.
Es ya más que un hecho: la alianza Va por México se quebró. Marko Cortés está tratando de provocar un cisma entre los priístas, pero es complicado. Si se hace un análisis frío, el PRI ha resultado el partido que más ha perdido con la alianza: ya no tiene prácticamente ninguna gubernatura, y en elección de candidatos a puestos de elección popular, los beneficiados han sido o el PAN, o el PRD.
Así pues, la alianza se cae. Se vuelve sin vida. En realidad, no lograron mucho: ganar unas cuantas curules, mantener dos o tres gubernaturas de más de 10,
triunfar en unas cuantas alcaldías de la Ciudad de México, y ya. Todo, o casi todo, ha sido fracaso.
La alianza que se imaginó como el movimiento electoral y político que iba a acabar con Morena, quedó hecha añicos. Claudio X. González, el verdadero
impulsor de la coalición y prácticamente el patrón de esta, debe estar enojado. Por más que ha hecho en los últimos cuatro años, nada le sale. Absolutamente nada.