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Ricardo Sevilla
“El periodismo es libre o es una farsa”, decía
el periodista argentino Rodolfo Walsh. Y esa frase, aunque hoy parece un requisito obvio en nuestra profesión, no la respetan muchísimos personajes que ejercen el periodismo.
Pero, sin duda, hay figuras que no sólo han acatado esa máxima, sino que han hecho de ella una forma de vida. Y el ejemplo más acabado de ello es, no cabe duda, es Julian Assange. Este periodista, que ha infringido los límites de la tecnología para crear algo superior: poner la información al alcance de todos (lo cual constituye un extraordinario bien para el mundo), es un sujeto que ha luchado contra los gobiernos y las multinacionales que promueven la ignorancia.
Y eso lo sabe muy bien el presidente López Obrador, quien no sólo ha reconocido a Assange como “uno de los mejores periodistas del mundo”, sino que se ha pronunciado para que liberen al editor australiano.
De hecho, cabe recordar que, en mayo, López Obrador reiteró su oferta de asilo político a Assange, quien, de ser extraditado, podría ser condenado a 175 años de cárcel. También hay que subrayar que, hace un par de meses, en julio, el presidente de México comentó que durante su visita a Washington le entregó a su homólogo Joe Biden una carta para defender al creador de la organización mediática WikiLeaks. Incluso, es tal la convicción de AMLO que, en ese momento, declaró que Estados Unidos debería “desmontar la Estatua de la Libertad” si llegan a condenar a Assange.
De ahí que AMLO haya decidido invitar, para rabia de los conservadores, a Gabriel y John Shipton, hermano y padre de Assange, respectivamente, durante los festejos patrios del 15 y 16 de septiembre. La hospitalidad del Gobierno Federal ha sido tan sincera que incluso, ayer en el Senado de la República, el padre de Assange dijo que las acciones del presidente mexicano sobre su hijo “van a resonar en todo el mundo”. Y, francamente, tiene toda la razón.
