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Jorge Gómez Naredo
A Enrique Alfaro Ramírez, gobernador de Jalisco, sus asesores durante mucho tiempo le dijeron que él era el bueno para la presidencia de la República. Lo chuleaban y le repetían una y otra vez que él era entrón, y que México necesitaba a una persona “entrona” para acabar con la violencia y con todos los problemas.
Le recomendaron que, si quería ser “figura nacional” e ir ganándose las simpatías de la gente en todo el país, debía “contrastarse” con el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Por eso, cuando fue lo de la lucha contra
el huachicol, Enrique Alfaro dijo que estaba mal hecho eso, que debía ser distinta la forma de enfrentarlo, y que AMLO no debió hacer lo que hizo.
Después, aprovechó la pandemia para ponerse en modo salvador. Lo grabaron sus asesores afirmando que él en Jalisco prácticamente acabaría con la transmisión de la Covid-19 en tan sólo cinco días.
Los medios conservadores le aplaudieron y lo pusieron como héroe, mientras atacaban a AMLO por “no hacer nada”.
Pero, de tanto que quiso Alfaro contrastarse con AMLO, terminó perdiendo. Se desdibujó, y en lugar de crear una imagen de “presidenciable”, edificó una de indeseable.
Hoy el gobernador de Jalisco es un cadáver político, que en lugar de ser un “activo” para Movimiento Ciudadano, representa un lastre.
Además, Alfaro se ha convertido en el ejemplo del político que ya no quieren los mexicanos: prepotente, agresivo, mentiroso, que agrede a los ciudadanos (como sucedió la semana pasada, cuando amenazó a un universitario diciéndole “nomás mídele bien tus palabras”).
Pasó de ser “presidenciable” a ocupar un lugar muy preponderante en el basurero de la política nacional.