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Ana María Vázquez
Era la madrugada del 27 de septiembre, la noticia empezó a correr lento, gota a gota al correr de los días, se decía que un grupo de revoltosos había querido reventar un evento de José Luis Abarca y su esposa, y que ésta, furiosa, le había pedido a su marido hacer algo porque no querían que los jóvenes que llegaban en varios camiones llegaran a interrumpir el evento.
Luego de ello, todo fue confusión y noticias contradictorias, 43 jóvenes estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, Guerrero… se esfumaron.
Tengo en la memoria los rostros de los padres y madres buscando a sus hijos, organizándose de a poco para encontrarlos, los políticos que se echaban uno a otro la responsabilidad y los revictimizaban: ¿Qué carajos hacían ahí?; estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado; eran lo peor de la normal, ni siquiera eran estudiantes… hasta que una voz dijo: Fue el narco y otra retobó: ¡Fue el Estado! Y Peña Nieto gritó enfurecido ¡Ya supérenlo!
Han pasado los años… se hicieron comisiones, entraron luchadores sociales, dirigentes de derechos humanos y muchos aprovechados que quisieron hacer de la tragedia su propio escaño político.
A casi 8 años después, algunos de los padres no están ya, partieron con los ojos secos, con el alma muerta, cansados de buscar entre las cenizas del río, donde la “Verdad Histórica los colocó”, el río Cocula en donde Tomás Zerón sostuvo “Mi investigación sobre Ayotzinapa estuvo hecha”, donde Peña arguyó: “lamentablemente pasó, justamente, lo que la investigación arrojó”.
Cansados de mentiras, los padres comenzaron a manifestarse, primero en pequeños grupos, luego la indignación se hizo contagiosa hasta llegar a las marchas multitudinarias que todavía y cada año se celebran.
“No estamos solos, nos faltan 43”; Ayotzi vive, la lucha sigue y sigue”.
Este es quizá, después de la masacre del 68, uno de los más dolorosos crímenes cometidos contra estudiantes.
Y Ayotzi sí que vive, lo vemos día a día cuando Epigmenio Ibarra toma las redes para dar pase
de lista, uno a uno a los desaparecidos exigiendo justicia por ellos, por sus padres, por nosotros. Lo vemos año con año, cuando la marcha conmemora su desaparición, lo vemos en nuestra memoria y nuestros corazones.