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Ricardo Sevilla
Nunca he comprendido qué mórbida atracción sentirá un racista al burlarse tan ferozmente de las personas que se le parecen físicamente. Tampoco he llegado a comprender qué extraña e irrefrenable atracción hacia la tontería llevará a un clasista a burlarse minuciosamente de “los nacos”, de “los prietos”, de “los jodidos”.
Muchos psicólogos y sociólogos se han declarado incompetentes para develar ese misterio. Pero quizá podríamos entender un poco mejor esa nefasta actitud si, haciendo de tripas corazón, nos asomamos a esas repulsivas series televisivas y telenovelas que las grandes cadenas televisivas han inoculado, década tras década, en la mente de la población. Si observamos los contenidos de esos programas chatarra que, sólo el diablo sabe por qué, siguen consumiendo muchas personas quizá comprendamos que el racismo, la xenofobia y el clasismo llevan décadas metidos en nuestra piel.
Al ver las series protagonizadas por héroes rubios, con ojos claros y piel sonrosada y observar que los villanos, los alevosos y los traidores son, invariablemente, morenos, “chundos” y “pobretones” es probable que comprendamos un poco más de dónde ha surgido toda esta infección que hoy amenaza con envenenarnos como sociedad.
¿Qué pensar de esas personas que, como autómatas, permiten que un “cadenero” les impide la entrada a un bar o un restaurante
o a un bar porque tiene la piel oscura o “parecen delincuentes”? Y si los comerciales y la publicidad que padecemos todos los días
esta anegada de mensajes aspiracionistas: “Te serviremos descafeinado si eres grosero” (Starbucks), “Agua para ricos” (Perrier) o
“Gillette es verse bien”, quizá nos percatemos de que los grandes corporativos siempre han inyectado sus buenas dosis de clasismo y
exclusión.
Las preguntas son: ¿Seguiremos normalizado el racismo y la exclusión? ¿O a qué hora tomaremos un remedio eficaz contra el clasismo?