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Ricardo Sevilla
La primera influencia literaria de Salman Rushdie (1947) no fue un libro, sino una película: ‘El mago de Oz’, basada en la novela ‘El maravilloso mago de Oz’, de L. Frank Baum. El padre de Salman, Anis Ahmed Rushdie, a pesar de ser un empresario acostumbrado a exclamar órdenes, fue un hombre cariñoso, aunque a veces padecía explosiones que se traducían en furias estruendosas, relámpagos
emocionales y, alguna que otra vez, parecía soltar “bocanadas de humo de dragón y otras amenazas”, similares a las que sufría Oz, el grande y terrible embaucador que con sus gritos efectistas hacía cimbrar Ciudad Esmeralda.
Lo cierto es que aquel primer influjo -encontrarse con un espantapájaros parlanchín, un león asustadizo, un hombre de hojalata y otros seres fantásticos- influirían decisivamente en la ulterior carrera literaria del autor de La decadencia de Nerón
Golden.
Pero aquel Salman Rushdie, por ahora, ha quedado atrás. El autor de Los versos satánicos está conectado a un respirador tras haber sido operado por el ataque sufrido ayer. “Las noticias no son buenas”, ha asegurado el representante del autor. Se ha dicho que podría perder un ojo y tiene el hígado dañado después de haber sido apuñalado en el cuello y en el abdomen.
El ensayista británico de origen indio, amenazado de muerte por el régimen islámico iraní en 1989 por “blasfemo”, fue atacado cuando iba a dar una conferencia en el condado de Chautauqua, una localidad en el oeste del Estado de Nueva York. La policía ha anunciado que tras la agresión el escritor ha sido trasladado al hospital en helicóptero. El agresor, que ha sido identificado por las autoridades
como Hadi Matar, de 24 años, ha sido detenido.
Muchos tarados dicen que la facinerosa condena a muerte que giró en su contra el ayatolá Jomeiní le obsequió la celebridad de un mártir o, en el mejor de los casos, la popularidad de un escritor que, si así lo desea, puede aparecer en un concierto de U2 (como
ha hecho). Pero no es así. Salman Rushdie, contra lo que muchos atolondrados piensan, es uno de los mejores -y más grandes- novelistas vivos de nuestro tiempo. Y el ataque que ha sufrido es, en gran medida, una agresión contra la literatura.