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Ricardo Sevilla
Desde hace días, un grupo de personajes -que desafortunadamente no son tan pocos como quisiéramos- acusa a López Obrador de tener las manos metidas en el proceso de sucesión.
Van por aquí y por allá (sobre todo en las redes sociales y en los medios de comunicación corporativos) diciendo que el Presidente
tiene preferidos. Los más deslenguados, ya de plano, declararon que perdieron la fe en el Primer mandatario.
Afortunadamente, dando muestras de audacia y entereza política, el tabasqueño no ha cedido a esa clase de provocaciones. Con esa sonrisa que no carece de ironía, les ha sugerido que hagan como él: que recorran los pueblos, los municipios, las comunidades.
Les ha recomendado que entren en contacto con la gente: que se ganen la confianza popular. Pero muchos preferirían ahorrarse la fatiga. Como en las peores épocas de priato, varios suspirantes querrían que el Presidente volviera al método del tapado, a la ceremonia burda del ungido.
Cual rancios priístas, ansían que López Obrador salga y, con el dedo, designe a su sucesor (o sucesora). Pero, afortunadamente, el tabasqueño no es un personaje que guste del dedazo.
De hecho, es un artilugio que siempre ha repudiado. Y, justo por eso, se los ha advertido: aquí no habrá más camino que ganarse el voto de la gente.
Una cosa es clara: López Obrador no designará a su sucesor mediante la imposición. Y no lo hará por dos cosas: porque es un demócrata sensato y porque el pueblo siempre ha repudiado esa clase de artimañas.
Lamentablemente, pocos son los aspirantes que están dispuestos a ganarse la confianza de la gente. Prefieren ser políticos de palestra, políticos de boutique, hechos y producidos en un estudio de televisión.
¿Qué no hay piso parejo? ¡Por favor! ¡Déjense de melodramas y entren en contacto con el pueblo! Necesitamos más políticos con
conciencia social y menos tiktokeros.