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Arreando al Elefante | Krauze, el usurpador

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Ricardo Sevilla

En una época enfangada de escritores y periodistas entreguistas, quizá debamos señalar a quien probablemente sea el referente intelectual de todos ellos: Enrique Krauze Kleinbort. El dueño y director de la revista Letras Libres, aunque fue hijo de Moisés Krauze Pajt y de Helen Kleinbort Firman, sintió una mayor atracción intelectual, casi paternal, por Octavio Paz, a quien, en sus épocas mozas, se dedicó a injuriar, pero no para agraviarlo, sino con la esperanza de que el poeta volteara a verlo.

Octavio Paz, que era una conciencia inmensa, pero oscura, se dejó halagar por las descaradas lisonjas Krauze, quien siempre fue considerado un lacayo por el autor de Piedra de sol. Octavio era ilustrado y dominante, severo e implacable, y tenía el carácter de los déspotas. Y como todo opresor necesita su cuerpo de palafreneros, nombró a Krauze como su jefe de lacayos.

Pero el poeta de Mixcoac al punto advirtió que su epígono, aunque tenía una voz de barítono, era un ser rudimentario. Pese a ello, aceptó criarlo como a un vástago intelectual.

Lo cierto es que ante Octavio Paz, Salvador Elizondo, Tomás Segovia, Gabriel Zaid y Alejandro Rossi, Krauze siempre se sintió anodino. Diríase que era un pequeño buitre criado en un nido de cuervos. Pero como sin lacayos no hay imperio, con el tiempo, los señores, ya viejos y extraviados, permitieron que Krauze se sentara a la mesa.

Tras la muerte de Paz, Krauze, que nunca pudo alcanzar el ingenio ni la agudeza de sus maestros, se resintió y reclamó el cetro que había quedado vacante. Pertrechado tras una coraza de resentimiento, cursó un
diplomado en historia y se lanzó a la búsqueda del mandarinato cultural. Tirano marmóreo y neurótico, se reclamó historiador e incluso demócrata liberal, cuando lo cierto es que odia la democracia como un búho la oscuridad.

A fuerza de servilismo, logró acceder a los favores del poder en turno y, durante sexenios, se dedicó a desangrar instituciones. Pero hoy, cuando el actual Presidente no ha cedido a sus chantajes, la cerrilidad ha llamado a su puerta y le ha recordado que no es más que un triste usurpador

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