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Ricardo Sevilla
Ayer, contra lo que hubieran querido los siniestros profetas del neoliberalismo, la reunión entre los presidentes de México y de Estados Unidos no fue un fracaso. Al contrario: el encuentro entre Andrés Manuel
López Obrador y Joe Biden, fue sumamente provechoso.
Fue una conversación frontal y, a diferencia de lo que ocurría en otros sexenios, el mandatario mexicano mostró una entereza que de inmediato hizo rumiar maledicencias a la prensa chayotera, que hubiera preferido ver a un presidente timorato, como lo fueron Peña Nieto, Calderón y Fox, quienes se pasaron sus respectivos sexenios consintiendo toda clase de atropellos e imposiciones contra nuestro país.
Y es que López Obrador, esgrimiendo datos duros, dijo a Biden, entre otras cosas, que la gasolina es más barata en México que en Estados Unidos. AMLO, con firmeza, pero sin arrogancia, señaló que muchos
estadounidenses están aprovechando esta ganga para abastecer sus automóviles.
Y no mintió: el Gobierno de México, de alguna manera, está facilitando a los estadounidenses (y a la población migrante) que viven cerca de la frontera que pueda comprar combustibles a un menor costo. Y
eso se llama, simple y llanamente, soberanía energética.
Por otro lado, López Obrador exigió que el Gobierno de EU regularizara y diera certidumbre a los migrantes, quienes “desde hace varios años trabajan honradamente y contribuyen al desarrollo de esta gran nación”. Con voz firme, AMLO dijo que, seguramente, al escuchar esa propuesta, los adversarios de Biden, “los conservadores”, iban “a pegar el grito en el cielo”. Y así fue.
Pero no sólo en EU están trinando los conservadores; también en México los cuervos del conservadurismo, desde lo más alto de sus cenagales, ya están diciendo que el encuentro fue un fracaso.