32 lecturas
Salvador Guerrero Chiprés
Cientos de miles de usuarios desconcertados; sin opciones; ajenos a la información ideal; autoridades alejadas. Eran condiciones de un caos en el inicio de la reconstrucción de la Línea 1 del Metro.
No ocurrió. Porque esas condiciones fueron retiradas oportuna y responsablemente. Eventualmente, sí se registraron ajustes a las agendas de todos los que usamos el transporte público y de los operadores de la movilidad alternativa, de los servidores públicos.
Pero caos no hubo. Por supuesto que se modificaron los horarios, hubo impaciencia, alguna frustración. Sobre ella comenzó a imponerse desde el primer día más que la reasignación el sentido común y la lógica: si es necesario para tener otras cinco décadas de un transporte mejorado y eficiente para 35% más personas, adelante.
El impacto implícito en el cese del servicio, como lo ha reconocido la Jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum, era inevitable. Se abrió la puerta a los reportes ciudadanos para la mejor operación del modelo supervisado por el gabinete.
En otra ciudad, capital del país hegemónico del norte, los columnistas aseguraban que habría ríspidez y conflicto porque el presidente Andres Manuel López Obrador no se había
presentado a la cumbre realizada en Los Ángeles.
Que si los problemas comerciales, que si la ausencia de respaldo al modelo energético impulsado por Estados Unidos. Que si el embajador parecía empleado de nuestro presidente y no del anfitrión Joe Biden. Que México no le daba la importancia a la relación con Estados Unidos. Que qué nos creemos. No hubo caos ni desencuentro.
Dos mandatarios con respeto mutuo. Desahogaron y acordaron la agenda; revisaron los temas que se plantean como soluciones con visas y más seguridad. Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, diría Dickens en su célebre novela que da título a este texto.