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Ana María Vázquez
Ver que amanece te tiene harto, desde hace tres años todo ha cambiado y tú con ellos. ¿Quién se iba a imaginar que las cosas sucederían así?, todos juraban que él era manipulable, tu hígado da una punzada cuando recuerdas que tu padre si pudo manipular presidentes, hasta jalonear a Peña públicamente y tú ¿qué has logrado? Pérdida tras pérdida en cada campaña. Nada funciona.
Te miras al espejo mientras te secas la cara después de lavarte; nadie ve la X que tienes en la frente, solo tú, se fue reforzando con los años, hubo un momento en que quisiste borrarla, tu pelo aún no había encanecido, aquel joven impetuoso y defensor de las libertades murió, lo enterraste en el momento que esa X surgió, con aquella platica con tu padre sobre la bolsa de valores, la fortuna y el derecho de sangre, hacer más y más dinero era tu obligación familiar y después tu derecho; surgieron las fundaciones y la ganancia implícita en ellas.
Tu rostro craquelado y tus ojos vacíos te recuerdan la juventud perdida y tu odio se recrudece contra López. “El país era nuestro”, te dices mientras avientas la toalla con desprecio, suena el teléfono, no quieres responder, pero lees el mensaje que te envían: “Las acciones de Kimberly siguen bajando”.
Mientras te vistes sigues pensando en la próxima estrategia, López no debe seguir, piensas una y otra vez. La X en tu frente sangra mientras desayunas, una X cada vez más pesada y profunda, como una cruz. Nunca volverás a tu adolescencia, nunca serás el que querías, atapado en tu odio y convencido que debes recuperar lo que te dieron los expresidentes, sigues adelante.
El chofer se ha acostumbrado a tus silencios, la X sigue sangrando profusamente, como un sudor rojo que baña hasta tu camisa, respiras y tratas de dominar el odio, la única forma de detener la sangre.
El automóvil se detiene en un alto y sin querer observas a un joven con el pelo alborotado, “se parece a mí”, piensas, lo observas detenidamente y la leyenda en su camiseta es una dolorosa flecha para tu espíritu, su camiseta dice “LIBERTAD” y tú, te sabes encerrado en tu cárcel de odio y oro.
¡Qué triste vida la tuya, así, con la X en el alma y en la frente, qué triste no ser feliz!