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Samuel Cantón Zetina
Hay eventos que crean polémica, como la remoción de la estatua de Paseo de la Reforma de Cristóbal Colón, y su reemplazo (programado) por la de una indígena asiática/ alienígena.
Otros provocan indignación, como el cómico castigo a un youtuber que (bajo copas) violó a una influencer: salió libre pagando fianza de $30 mil. “Su gran sanción” es estar en una lista negra de agresores sexuales.
También genera enojo social la consolidación de Hugo López Gatell como rey incongruente y de las comparaciones absurdas, al mismo tiempo que México, por días, alcanzó el liderazgo mundial y latinoamericano de muertos por COVID-19.
Pero lo que la semana pasada más agravió fue la revelación de Arturo Zaldívar de que trabajadoras del Poder Judicial, por miedo a perder sus empleos, sucumbieron por años al acoso y al abuso sexual de los jueces.
Los sabios, los justos, impartidores de gracia y de equidad, son también -algunos- vulgares delincuentes.
Dos de ellos están bajo investigación por aprovecharse de sus compañeras durante años.
Escribimos de varones que doblan el sueldo al presidente de la República con la justificación de que es para que “no caigan en tentaciones”, y que -con tristeza nos enteramos- son tan veloces de bragueta como el que más.
“El acoso sexual era una cultura en el Poder Judicial; no se veía mal…”, narró Zaldívar.
Machos y gandallas aquéllos elegidos para escarmentar a los que por sí mismo no superan “la cultura” ventajosa de los mexicanos, y que insisten en no respetar a las mujeres ni reconocerlas como iguales.
Individuos de toga y birrete que de manera inaceptable se valen de posiciones de superioridad o fuerza para dar rienda a sus bajos instintos.
¿Tiene razón la gente cuando no confía en los sistemas de justicia ni en la honorabilidad de jueces y magistrados?
¿Cómo no pensar que con esa misma inmoralidad, negocian y lucran con la verdad y con su deber -muy bien remunerado- de procurar justicia?
¡Hipócritas!