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Samuel Cantón Zetina
Es curioso, pero cuando más se habla del presidente de la República como dictador, o proclive a serlo, es cuando México vive con mayor intensidad la separación de poderes, condición vital -una de ellas- de la democracia.
¿No es lo que los mexicanos deseamos por años, lustros y décadas?
¿Que el equilibrio de fuerzas en la conducción del país, fuera real?
Hoy vemos cómo Andrés Manuel López se inconforma con la decisión del TEPJF de ordenar recuento de votos en la elección para gobernador de Campeche, y con el Congreso -Comisión Permanente- por rechazar un periodo extraordinario para discutir la Ley de Revocación de Mandato.
En un sistema de libertades, el titular del Poder Ejecutivo tiene derecho a disentir de las determinaciones de los otros dos poderes, como aquellos de sus propias decisiones, como ocurre.
¿Por qué Obrador se tendría que quedar callado?
Lo importante es que lo respete, y lo hace, le guste o no. También los otros.
Las diferencias, normales en sociedades emancipadas, desmienten además la versión -impulsada por los enemigos de la 4T- que los órganos judiciales y electorales se subordinan al poder del hombre de la banda tricolor.
En esa situación, se pierde o se gana, pero las dos se asumen y cumplen.
Los motivos de los diputados y senadores de oposición son el alto costo del ejercicio democrático -$9 mil millones-, y la consideración de que AMLO solo quiere estar en boletas para fortalecerse con el Sí, y ayudar a MORENA.
En defensa de la iniciativa, Obrador acusó a los legisladores, y a la prensa, de seguir sometidos a los deseos de Carlos Salinas de Gortari. Habrá pronto -anticipó- una reformulación de las reglas electorales.
“Es necesaria una renovación tajante”, sostuvo.
A los magistrados del Tribunal Electoral les reprochó “haber sacado el cobre”, y de erigirse como “ultrademócratas”, por la repentina escrupulosidad con que aparentan actuar.
¿Lo anterior se vería con un dictador en Palacio Nacional?