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Samuel Cantón Zetina
El pleito de todos los días se despersonalizó de repente.
Y, momentáneamente, un bando no supo qué decir ni a quien atacar.
Porque no fue lo mismo que el presidente López Obrador evidenciara antes al Poder Judicial como sospechosamente omiso en el cumplimiento de la ley, a que el titular de la corporación de seguridad mas respetada de México (Secretaría de Marina), José Rafael Ojeda Durán, dijera que “a veces parece que el verdadero enemigo -del rezagado combate al crimen- es aquel poder.
Acostumbrados a embestir a AMLO por todo, sus críticos -periodistas e intelectuales famosos- se abstuvieron de pronto de acusarlo (lo de cada amanecer) de pretender erigirse en dictador absorbiendo el poder total.
El de Marina únicamente se refirió a que sus elementos, los mejor entrenados del país, y que constantemente arriesgan en verdad su vida enfrentando a asesinos, no siempre tienen a los impartidores de justicia como aliados.
Se puede uno imaginar lo que pasa: cuando con muchas dificultades y riesgos logran capturar a los sicarios, y ponerlos a disposición de las autoridades, muchas veces son cubiertos por el manto de la impunidad legal.
No dilató el proverbial debate en defensa de la autonomía del Judicial, pero quizás por primera vez no se personalizó con AMLO.
Horas mas tarde, el tabasqueño denunció que un juez liberó a un peligroso delincuente apodado “El Marro”.
En el sui géneris significado mexicano de autonomía, los poderes son cajas herméticas donde lo que sucede dentro solamente debe importar a los internos.
Así, los gobernadores son virreyes, con diputados a su servicio y capricho; jueces, magistrados y consejeros electorales son libres (¡abusan!) de hacer lo que se les pegue en gana; senadores y diputados legislan exclusivamente lo que a sus intereses conviene -al senador Monreal no le alcanza el sueldo de $105 mil mensuales-, y los directores de los organismos autónomos reinan felices en sus propios feudos.
