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Apuñaló a su madre porque era el diablo

La anciana cayó herida de gravedad en el patio de su casa; su hijo Luis Fernando se negaba a entregarse a la policía.
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CIUDAD VICTORIA, Tamaulipas.- Luis Fernando llegó a su casa de madrugada, cuando ya su madre Ramona, de 67 años de edad, estaba dormida.

Hacía ya mucho tiempo que la pobre progenitora ya no esperaba a su hijo para cenar, con resignación se sentaba en la mesa de tablones y pensaba en qué había hecho mal para que Luis Fernando fuera la oveja mala de su descendencia.

El hombre de aproximadamente treinta años trabajaba en el campo, arando la tierra como jornalero. Pero apenas tenía centavos en el bolsillo, se perdía con otros compañeros por días.

Cuando regresaba a casa, todo sucio y andrajoso, no le dirigía la palabra a su madre, quien aún así le preparaba la comida y lo conminaba a portarse bien. «Era aún joven y podía encontrar una buena mujer que lo cuidara», le exhortaba.

Luis Fernando parecía no escuchar la jeringonza de su madre, como si tuviera tapados los oídos. Después de comer, se echaba en el catre a dormir y se levantaba muy temprano el lunes para ir al jornal. Estuviera como estuviera, no faltaba a su trabajo.

CREÍA QUE EL DIABLO IBA POR SU ALMA

Luis Fernando empujó la puerta de la casa y vio hacia adentro, todo estaba a oscuras. En varias cuadras a la redonda de la colonia Libertad sólo se oía ladrar algún perro trasnochado. Era la madrugada del domingo 21 de febrero.

El jornalero venía embotado de los sentidos. Se había pasado desde el viernes bebiendo trago y fumando hasta perder la conciencia del tiempo, cuando volvió un poco en sí, como pudo se despidió de sus compinches que seguían somnolientos y se dirigió hacia su casa.

El ulular del viento meciendo los arbustos y los cables suspendidos en los postes de luz le agitaron el corazón. Sintió más agudo el sonido de sus pasos sobre las piedrecillas. Y a cada paso volteaba a uno y otro lado de la calle, pensando que detrás de las esquinas se escondían ojos que lo vigilaban.

Apenas avanzó unos pasos en la oscuridad, la casa donde vivía con su madre le pareció ajena, extraña. En las esquinas creyó ver figuras extrañas, formas que se confundían con perfiles de narices alargadas, extrañas cabezas con cuernos sobresalientes, manos con uñas afiladas.

Escuchó en medio de la oscuridad que inundaban sus ojos, una voz que pronunciaba su nombre. Quiso fijar el origen de esas palabras, y volteó hacia todos lados, aguzando los oídos.

SE RESISTE A SER DETENIDO

Por fin la voz volvió a pronunciar su nombre y él miró una silueta pequeña. En vez de reconocer a su madre Ramona, que le preguntaba dónde se había metido estos dos días, miró una figura roja, deslumbrante. «¡Es el Diablo!», pensó asustado. «Vine por mí», dedujo casi con el corazón a punto de estallarle.

Sacó de entre sus ropas un cuchillo y se abalanzó contra aquella figura. Doña Ramona huyó hacia el patio, pero el arma punzo cortante la alcanzó en varias partes de su cuerpo. Cayó herida de muerte en el patio. Los vecinos, al oír el escándalo llamaron a la policía, pero cuando llegaron no pudieron brindar los primeros auxilios a la víctima, pues Luis Fernando se paseaba fuera de sí por todo el patio, blandiendo el cuchillo.

Antes de caer la madrugada, entre varios policías, lo desarmaron. Doña Ramona fue llevada al hospital, pero perdió la vida en el camino sin entender qué había hecho mal en la vida.

Luis Fernando seguía creyendo que había enfrentado al Diablo, y que había vencido porque no se lo había llevado. Se palpaba el cuerpo continuamente. Ahora le espera un infierno en carne viva, la cárcel, y el remordimiento de haber tenido una buena madre.

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