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Historia de vida: Piden más para no asesinarla

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Paty vivía un infierno, la víctima de plagio era sometida a constantes agresiones por miembros de la banda, uno, Pichirilo, se puso de su lado…

Durante varios días, él se encargaba de llevarle la comida, algún líquido, era quien le vendaba los ojos para llevarla al baño. En varias ocasiones, le consiguió una pastilla para el dolor de cabeza.

Las burlas y maltratos a Paty aumentaban debido a que los plagiarios exigían cada que se comunicaban más dinero por el rescate. Rafael, esposo de la víctima, les pedía escucharla por el auricular; ellos se negaban, por lo que la negociación estaba empantanada.

Una semana después, la policía iniciaba las pesquisas, rastreaba las llamadas, buscaba indicios que los llevaran a los secuestradores.

Fue hasta el octavo día, cuando Patricia entabló una conversación con la persona que la custodiaba, ya que era el único que en ese momento le representaba protección. ¿Cómo te llamas?, ¿Tú eres el único que me trata bien?, ¿Por qué estás con ellos?

“Me dicen Pichirilo, pero mi nombre es Ángel, mi familia me dice Gelo. El Pandita es mi primo y me invitó a ganarme unos pesos, por eso estoy aquí”, respondía el plagiario.

Así empezaron las charlas entre ellos. En alguna ocasión, el hombre le llevó ropa y sábanas limpias, un desodorante y un talco. A diario le preguntaba: ¿qué quería comer?

Los otros sujetos continuaban con sus humillaciones y golpes. En alguna ocasión, El Sombra cacheteó a la víctima, simplemente porque le pidió agua. El Pichirilo, molesto, agredió a su compañero.

Esa noche, Ángel regresó con una toalla nueva, algunas gasas para que limpiara sus heridas. Segundos más tarde, Paty se encontraba llorando recargada en el hombro de su plagiario. “Ya no aguanto este infierno”, le decía. Más tarde, ella se quedó dormida entre los brazos del secuestrador.

Durante los próximos dos días, Ángel cuidaba que no la golpearan. Aunque no platicaban, él siempre estaba pendiente de lo que necesitaba. Aquellas miradas de odio y desconfianza habían cambiado, hoy emanaban comprensión y consuelo.

Una mañana, Patricia fue rescatada por elementos policiales. Sólo detuvieron al Sombra y la Pechus, pues el Pandita salió en busca de un nuevo celular para continuar con las negociaciones y El Pichirilo compraba la comida para toda la banda delictiva.

Después de 20 días, la policía localizó a los dos secuestradores que faltaban, por lo que llamaron a Paty para que fuera a identificarlos. Ella acudió con su esposo.

A través de la Cámara Gessell vio a Ángel y recordó cuánto la protegió cuando estuvo en cautiverio. Reflexionaba que por agradecimiento no lo iba a delatar. Apretó la mano de su cónyuge y exclamó: “el primero de izquierda a derecha, le dicen El Pandita, es de los plagiarios; el otro no lo conozco, nunca lo he visto”.

Sus agresores fueron sentenciados a 50 años de prisión, Ángel no fue procesado, nunca lo volvió a ver. La joven mujer afirmaba que no lo delató porque merecía una segunda oportunidad para renovar su vida.

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