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12/01/2020 05:05 / Centro, Tabasco
Del libro del profeta Isaias: 42, 1-4. 6-7
Esto dice el Señor: “Miren a mi siervo, a quien sostengo, a mi elegido, en quien tengo mis complacencias. En él he puesto mi espíritu para que haga brillar la justicia sobre las naciones.
No gritará, no clamará, no hará oír su voz por las calles; no romperá la caña resquebrajada, ni apagará la mecha que aún humea. Promoverá con firmeza la justicia, no titubeará ni se doblegará hasta haber establecido el derecho sobre la tierra y hasta que las islas escuchen su enseñanza.
Yo, el Señor, fiel a mi designio de salvación, te llamé, te tomé de la mano, te he formado y te he constituido alianza de un pueblo, luz de las naciones, para que abras los ojos de los ciegos, saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas”. Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
MONSEÑOR GERARDO DE JESÚS ROJAS LÓPEZ
OBISPO DE TABASCO
cancilleria@ diocesistabasco.org.mx
Es importante en este día caer en la cuenta de que el bautismo de Juan Bautista en el Jordán no era como nuestro bautismo. Juan bautizaba con agua, como él mismo nos dice en el Evangelio de hoy, en espera de la llegada del Mesías que bautizará con Espíritu Santo y fuego. El bautismo de Juan por tanto es un bautismo que prepara la llegada del Mesías. Era un bautismo de purificación, de conversión.
El bautismo de Juan en el Jordán tiene este mismo sentido. Juan, el precursor, sabía que estaba cerca la llegada del Mesías, y por eso prepara esta venido con el bautismo, llamando a la conversión del corazón, invitando a dejar atrás todo aquello que nos separa de Dios y lavándose externamente como signo de esta conversión interna. Es impactante esta escena del Evangelio, pues vemos a Jesús, Dios hecho hombre, que no tiene pecado ninguno, unirse a la fila de los que se acercaban a Juan para que los bautizase.
Es un acto de humildad el de Cristo, que se pone a la cola como un pecador más, en espera de recibir el agua purificadora del Bautista. Dios está entre los hombres, pero ellos no le reconocen. Hasta que, al salir Jesús del agua del Jordán, Dios se pronuncia, hace resonar su voz desde el cielo, y presenta a Cristo como su hijo amado: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. Ésta es la epifanía que hoy celebramos: la manifestación de Cristo como el Hijo amado del Padre.
Y esta escena se completa con la venida del Espíritu Santo que, en forma de paloma, se posa sobre Cristo. Queda por tanto de manifiesto en el Bautismo del Señor, que Cristo es el Hijo, que ha salido del Padre, como hemos celebrado esta Navidad, que se ha hecho hombre y que tiene la fuerza del Espíritu Santo para hablar y actuar en nombre de Dios Padre. Se cumple así lo que el profeta Isaías anunciaba en el primer cántico del Siervo de Yahvé que hemos escuchado en la primera lectura de hoy: “Miren a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones”.
Aquel Niño que nació en una noche estrellada y silenciosa, hablará con fuerza sobre el amor y la justicia. Nos dirá que, el perdón, es distintivo de aquellos que se dicen amigos suyos y, sobre todo, nos invitará a ser testigos de lo que, El, dice, forja y enseña. El Bautismo del Señor es el punto de salida de una tarea que, además, sacude nuestras conciencias y nos ofrece muchas posibilidades. Nos invita a plantearnos varios interrogantes. ¿Es nuestra fe operativa, profunda, convencida, creativa y activa? ¿No la tenemos demasiado dormida y arrinconada por vicisitudes o por vergüenza a exhibirla? ¿Por qué tanta bravura para hablar de lo superfluo, de aquello que pasa, y tanto miramiento o timidez para expresar aquello que decimos creer y sentir?
El Bautismo del Señor nos abre, nuevamente, el cielo. Escuchamos, una vez más, que somos hijos preferidos por parte de Dios, que nos ama pero, que hemos de intentar practicar aquello que Jesús nos dice. Y que, su misión, es nuestra misión. Que su fin, ha de ser nuestro fin. Que su camino, ha de ser el nuestro. El Bautismo del Señor es descubrir el sentido de nuestro propio bautismo. No se construye una casa para nunca habitarla. Ni, tampoco, se descorcha una botella de buen vino para desperdiciar su contenido. Ni, mucho menos, compramos un artículo de belleza para nunca lucirlo. De igual manera, el Bautismo del Señor, empuja y sazona el nuestro, con la luz de una gran verdad: hemos de ser sus testigos cumpliendo la voluntad de Dios allá donde nos encontremos.
Si Jesús, desde el día de su nacimiento, comparte nuestra condición humana, ahora, con su Bautismo carga con nuestras deficiencias y pecados, se compromete de lleno en un intento de recuperarnos y de llevarnos a Dios. Jesús, en su ascenso, a la tierra llana y dura, comprobó enseguida que su mensaje era causa de tensión. ¡No dejaba indiferente a nadie! Fue un Niño que, siendo joven, no dejó frío a nadie. Pensemos en aquel momento del Bautismo del Señor: “Jesús haciendo fila para ser bautizado por las manos de Juan Bautista”. Pero lo hacía con todas las consecuencias. Sabedor del compromiso que adquiría. Consciente de las dificultades que le esperaban en el recorrido del anuncio de su reino.
También preocupa recordar la escena de tantos cristianos que se acercan (con muy poca paciencia, sin hacer fila y si puede ser, sin preparación alguna, mejor que mejor) para ser bautizados pero muy poco conscientes de lo que implica el vivir y sentirse como bautizados. A una con el Señor, renovemos en el inicio de este año 2020 nuestro deseo de que la presencia de Dios en nuestra vida sea algo real, vivo, visible y testimonial.