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Por Marcos H. Valerio |
Antes de llevarme al edificio de El Pantalón, ubicado en la avenida Paseo de Tamarindos, el chofer preguntó: ¿Por dónde subimos, por Constituyentes o Paseo de la Reforma?
– ¡Por Constituyentes, por favor, es más directo!
– Sí, enseguida lo llevo. Aún estamos a buena hora, pues si me pide usted el servicio después de las seis de la tarde, lo llevo por Reforma y no por Constituyentes.
– ¿El tráfico vehicular te abruma?
– No, tuve una experiencia muy rara frente al panteón Dolores, con los años, me ha sacado mucho de onda. Siento que es una señal, que me quiere decir algo, pero mejor no lo averiguo.
Toda la vida he sido taxista, no sé hacer otra cosa, desde chiquillo me dediqué a manejar taxis y lo hago desde los 16 años, ahorita tengo 70 años, imagínese todo lo que he vivido montado en cuatro llantas.
Me casé a los 21 años de edad. Meses antes de mi fiesta trabajé jornadas larguísimas, pues ya sabe, tenía que comprar el vestido de novia, la fiesta, en fin, todo lo que conlleva una boda y quería darle gusto a mi esposa que en paz descanse, falleció hace dos años.
Imagínese, estando chamaco las jornadas no me hacían ni cosquillas, podía trabajar 48 horas sin dormir, así que empecé a ahorrar, sobre todo porque veía muy ilusionada a mi viejita. En todas las épocas, de jueves a sábado son los mejores días para trabajar, y en la noche, puedes cobras más.
Un sábado llegué frente al Palacio de Bellas Artes, acababa un concierto, no sé de qué, pero bueno, en el lugar se encontraba una familia con dos niños. Los señores traían un Cadillac de esos grandotes lujosos.
El hombre me paró y me preguntó si sabía de mecánica, le contesté que sí y me ofrecí a ayudarlo. El automóvil tenía dañado el motor, ni una gota de aceite, le comenté que a dos cuadras de ahí había un mecánico muy bueno, era un primo, si quería lo podía llevar. Aceptó y lo remolqué con mi taxi.
Toqué a la puerta, nos abrió el garage y metimos el automóvil, sus niños ya venían durmiendo. Una vez que se pusieron de acuerdo, llevé a la familia a su casa, arriba de Constituyentes por Loma Bonita, los niños iban dormidos.
En el camino iniciamos una plática, el señor me preguntó: ¿Que si normalmente trabaja de noche?, le respondí que me iba a casar y necesitaba dinero para la fiesta.
De ida subimos por Reforma, los dejé en una casa grandota, bonita. En la puerta, los sirvientes recibieron a los niños. El señor me agradeció y además de la paga, recuerdo que me dijo: “Permíteme ser tu padrino de algo, de lo que quieras” y sin dejarme hablar me dio 500 pesos. Imagínese 500 pesos de hace 50 años, pues le agradecí, con ese dinero podía comprar el vestido de novia.
Regresé muy contento, de hecho, me retiraba a casa y para cortar camino, tomé la Avenida Constituyentes. En esa época no era lo que es ahora, era una vereda, como una carretera chiquita. El lugar era solitario, no había poblado, pero era seguro.
Casi frente al panteón Dolores estaba estacionada una limusina, frente a ella un sujeto uniformado, como de esos que salen en la televisión, en las películas de Pedro Infante. De inmediato pensé, la suerte me está sonriendo, seguro le ayudo a este tipo y sus patrones me dan otra buena propina.
Apenas bajé, el chofer me alumbró la cara. Su mirada era tranquila, pero pesada; en fin, no di importancia.
El chofer regresó a la limusina y con voz alta se dirigió a la persona que estaba sentada en el automóvil. “Es un jovencito”, a lo que una voz femenina contestó: “Esta bien, pero apúrense porque ya es tarde”.
Quizá si hoy escucho eso, me subo a mi taxi y no paro; pero eran otros tiempos, no había malicia como ahora, poco se hablaba de asaltos, la gente confiaba de todos, era otra época, en verdad había valores.
Un poco desconcertado escuché a la mujer, el chofer me llevó a un costado del automóvil y me dijo: “Hoy es tu noche de suerte, te vas a ganar una buena paga, no es como los servicios a que estás acostumbrado. El esposo de mi patrona está de viaje y ella quiere divertirse, desea ir a bailar, la vas a llevar a un salón de baile. Yo no puedo llevarla porque tengo qué hacer otros encargos de la patrona, por favor te la encargo mucho. Son las 22:15 de la noche, nos vemos en este mismo lugar a las tres de la mañana, puntual, porque mi patrona tiene que estar antes de la tres y media”.
Sin decir más, me dio un fajo de billetes, no recuerdo cuánto era, pero era un fajo grande. El chofer dio la media vuelta y se encaminó a la puerta trasera del vehículo de lujo, abrió la puerta y bajó una mujer como de 28 o 30 años de edad, con un vestido blanco, muy bonito, su cara era la más hermosa que he visto, es la más bella que se ha subido a mis tantos taxis, era de tez blanca, de baja estatura, aunque el vestido era largo, se podía presumir su esbelto cuerpo. Con voz angelical me saludó, la encaminé al taxi, me tomó del brazo.
– ¿No te dio miedo subir a una dama vestida así frente al panteón?
– Viera que no, todo lo contrario, me hipnotizó su belleza, en principio no podía hablar de ver tan delicada mujer subida en mi taxi. Sin saber qué hacer, le pregunté ¿a dónde la llevo?
A lo que ella contestó: “Te dijo Beto que quiero divertirme, que quiero bailar”.
Le respondí que ignoraba qué lugares visitaba y que seguro que, los lugares que ella visitaba, a mí no me dejarían entrar. Sin embargo, le comenté que la dejaba en la puerta y que le prometía quedarme afuera. La mujer sonrió y me dijo:
“Hoy quiero algo diferente, por favor llévame a los lugares que tu acostumbras ir a bailar, claro, algo familiar, que no sea un burlesco. Pero primero quiero cenar algo, pues por la emoción de que iba a poder salir hoy, olvidé comer, pero llévame a donde se cene rico”.
Nos dirigimos al mercado de Garibaldi, comimos birria y unos tacos, bueno, ella sólo probó el caldo y creo comió un taco. Yo, un poco tímido, sólo comí la birria. De ahí, nos fuimos a bailar a un salón que estaba a un costado del Tenampa, creo que ya no existe.
Cerca de las 11:30 de la noche entramos al salón, créame, ha sido la mejor entrada de mi vida, de mi brazo iba la dama, quien además de ser hermosa iba elegante, quizá no propia para ese lugar, pero estábamos ahí. Yo presumía a la mujer en cada paso que daba. Nunca pasamos desapercibidos, pues yo, vestido humilde, sólo una chamarra de gamuza que me compré afuera para que no me viera tan roto; ella, la más elegante del lugar.
Con una buena propina al capitán de meseros me consiguió la mejor mesa, cerca de la pista. El cantinero que era del barrio me conocía de vista, pero nunca habíamos entablado conversación, se me acercó y me dijo pinche Poncho, de dónde sacaste a esta princesa. Sólo le sonreí, no contesté nada.
Las sonoras empezaron a tocar. ¡Ah!, la mujer se llamaba Adela, quien, al escuchar los ritmos, me tomó de la mano y empezamos con el baile; sólo parábamos para tomar algún refresco. Durante tres horas bailamos sin descansar, fue algo sensacional.
Charlamos poco, nos dedicamos a bailar. Conforme pasaban las horas, ella me sujetaba con más familiaridad, disfrutaba mucho, me decía que era su noche, pero creo que la noche fue para mí.
Estoy seguro que no hubo necesidad de platicar, había como una comunicación sin palabras, no sé si me entienda; en cada paso que dábamos, ella carcajeaba, pero era un sonido tan delicado y tan suave, que yo disfrutaba. Al bailar y tocar su vestido, su cintura, sus manos, me hacían sentir como que volaba, estaba en otro planeta.
Le repito, fue mi noche, aún recuerdo esa cara, su sonrisa, cómo su peinado se fue desbaratando por las tantas vueltas del baile. Cuando empezó a sudar por el esfuerzo, créame, su sudor olía como a flores, algo especial.
Me comentó que era esposa de un político, que no tenía permiso de salir y que uno de sus sueños era bailar una noche completa. Pudo haber ido con su chofer, pero él tenía unos encargos importantes y era la única oportunidad que ella tenía para salir.
– ¿No hubo sexo?
– Le repito, era otra época, eran otros valores, difícilmente se hablaba o pensaba en eso, lo más que podíamos hacer era ir a bailar, es más, ni un beso le podías robar a la mujer, antes teníamos que cortejarla.
– Y después, ¿Qué pasó?
– Al dar las 2:30 de la noche, como la cenicienta, tuvimos que dejar de bailar, pagué la cuenta, dejé una buena propina e hice la salida triunfal, mi dama colgada de mi brazo y yo caminando erguido, con mi chamarra de gamuza, pero con los zapatos rotos. ¡Era así como de película!
Nos salimos a las 2:30 de la madrugada de Garibaldi. Ella no quiso sentarse atrás, se fue del lado del copiloto. Me preguntó qué hacía, le dije que estaba a punto de casarme; me deseó buena suerte, me pronosticó que iba ser muy feliz y que mi matrimonio iba a durar cerca de 50 años.
Cuando llegamos al lugar, el chofer estaba esperando; yo corrí para abrirle la puerta, la acompañé hasta su automóvil. Al despedirme, hice una reverencia y le besé la mano. Creo que lo más bonito de todo ello fue el despido, cuando toqué con mis labios su suave mano perfumada. Volteó, me sonrió y me deseó buena suerte. Con voz seria, expuso: “Beto, págale al joven”.
Le mencioné que no debía hacerlo, pues con el dinero que me había dado, me alcanzó para todos los gastos, incluso me sobró cambio. La mujer, al escuchar desde su lugar, ordenó me pagara y dejara el cambio como propina, cerrando la ventanilla.
El chofer me dio otro fajo de billetes, eran como 800 pesos, bueno, con lo de esa noche pagué el vestido y parte de la boda.
– ¿Pero nunca te espantó?
– Fíjese que no, además, nunca sentí miedo. Me sentía extraño porque por primera y única vez bailé con una mujer tan delicada, hermosa y ricachona, pero nunca me llegó a la mente que podría ser algo sobrenatural o un fantasma. Al contrario, esa noche agradecí a la Virgen de Guadalupe por haberme hallado a esas dos personas que me dieron buena paga y con ello pude costear el gasto que se me presentaría en las próximas semanas.
Con el paso del tiempo, mi cuñado, quien es mi amigo de toda la vida, se hizo mi compadre; a él le platiqué esta aventura, se sacó mucho de onda y me dijo que tuviera mucho cuidado, que podría ser la muerte disfrazada de mujer, pero como me vio feliz porque me iba a casar me dio otra oportunidad.
Otro compadre me comentó que seguramente era la llorona y que no tuvo corazón para espantarme porque igual, del susto me podría morir y no me casaría.
Yo digo que es un ángel que mandó Dios para desearme buena vibra en mi matrimonio y de paso me dio unos centavos.
Nunca la volví a ver, cuando veía las noticias donde salen grandes personalidades, trataba de encontrarla, también la busqué en las revistas de sociedad, pero nunca la hallé. Con el paso del tiempo dejé de buscarla.