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Hugo Hernández
Ciudad de México.- Entre colores y un ambiente de fiesta, las calles de la Ciudad de México se llenan de misticismo y adoración para venerar a quienes se fueron de este mundo terrenal y trascendieron a otra, probable, vida. Flores amarillas invaden la vista de quienes buscan en el recuerdo un guiño del familiar que pasó de cuerpo a convertirse en polvo.
El personaje de Emiliano Zapata bigotón, ataviado con sombrero y pantalones de charro, acompañado por su novia la calaca vestida de blanco, recibían a chicos y grandes para así comenzar el recorrido de una tradición muy mexicana.
Un majestuoso arco adornado de flores coloridas, donde predominaba el amarillo, el azul y rosa mexicano, acompañaba a sendas palomas blancas en pleno vuelo, quienes custodiaban a su vez, un cráneo blanco de ojos saltones de color naranja, que con sus dientes pelones recibía a los visitantes del Museo Nacional de Culturas Populares.
En el piso, pequeñas ofrendas en forma de tapetes coloridos con personajes de la Revolución Mexicana acompañan el paso de los curiosos, y son muestra del talento y creatividad de los artistas mexicanos.
La catrina con un traje elegante de color rojo y su floreado sombrero acompaña a un trabajador que, con flores en mano está a punto de conquistar a la refinada huesuda, con quien comparte el escenario.
Pero como la muerte anda suelta, no podía faltar el tilico albañil que, con cuchara en mano e improvisado sombrero amarillo, estuviera dispuesto a edificar los grandes castillos antes de morir.
Como si fuera a saltar al ring, la calavera del Santo, el enmascarado de plata, lucía sus pantalones de luchador con unas elegantes zapatillas, atadas con cordones negros. Con las rodillas flexionadas y los brazos listos para aplicar la quebradora, la cadavérica figura hace recordar sus momentos de gloria.
Cráneos coloridos, comales, incienso y hasta una figura hecha de latas de aluminio, completan una de las tradiciones más emblemáticas de la cultura mexicana que, con ambiente de fiesta y misticismo nos recuerda que la muerte anda suelta.