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Por Marcos H. Valerio
Contaba el abuelo que una noche, años atrás, regresaba a su casa de madrugada tras una de sus parrandas. La farra había sido en otro pueblo, por lo que tenía que caminar varios kilómetros entre brechas y sembradíos.
Recordaba que apenas podía mantenerse en pie, sólo la luz de la luna alumbraba sus pasos y entre tumbos, por el mareo del agua ardiente; y tropezones, por las piedras sueltas, divisó una mujer esbelta vestida de blanco, la cual, deslumbraba.
Al momento no se preguntó ¿qué hacía una mujer en medio del campo con ese atuendo radiante? Él sólo decidió seguirla. Apenas caminó unos pasos cuando un resbalón, a causa de un pedrusco, lo hizo reaccionar. Miró que el velo ocultaba la cara y vislumbró que la mujer flotaba entre los surcos de los sembradíos. En ese instante retumbaron sus oídos: “¡Aaaaaayyy miiiiiiis hijooooos!”
Cayó desmayado, nunca supo cuánto tiempo estuvo tirado. Soló recordaba que al despertar flaqueaba y que, por arte de magia, la borrachera se había ido. El miedo penetraba en su cuerpo. Apenas pudo recuperarse caminó apresurado hasta su casa, los escalofríos lo invadían, sólo miraba al piso, nunca al frente ni a los lados.
Llegó con la ropa enlodada, aseguraba que en ningún momento pisó lodo; los brazos y la cara polvorosa. Fue su última parranda, decía cada que lo contaba.
LA LEYENDA
Pocos saben que la leyenda de la Llorona tiene su origen en la época prehispánica. Incluso, el fraile Diego Durán asegura en el libro Historia de las Indias de Nueva España e Islas de la Tierra Firme que el llanto vaticinaba la caída del imperio azteca.
Para muchos investigadores y cronistas, la mujer que sufría era la diosa Tonantzin (nuestra madre venerada), quien 10 años antes de la llegada de los españoles a América presagiaba la destrucción de Tenochtitlan, peor aún, su llanto profetizaba masacres y vejaciones contra sus hijos, por lo que Moctezuma II lo interpretó como una advertencia divina.
Fray Bernardino de Sahagún coincide con dicha versión al comentar que, al convivir con indígenas del lugar, le explicaron que una mujer husmeaba por las noches entre los canales y lago de Texcoco, entre sus gemidos y lloriqueos se escuchaba:
“¡Hijitos míos, pues ya tenemos que irnos lejos!”. Otras ocasiones gritaba: “Hijitos míos ¿a dónde os llevaré?”. Estos quejidos, se decía, retumbaban con el aire.
De acuerdo a Luis González Obregón en su libro Las calles de México expone que la leyenda tomó auge en la época de la Colonia, a mediados del siglo XVI, donde los habitantes de la Nueva España aseguraban escuchar gemidos de una mujer durante la madrugada. En este tiempo ya le daban el nombre de La Llorona.
Otros cronistas relacionan la leyenda con Malintzin (la Malinche), quien fungió como intérprete de Hernán Cortés ante los aztecas y quien después de su muerte (1529), su alma empezó a penar por el lago de Texcoco, ya que sentía culpa por ayudar a los españoles durante la Conquista.
En esa misma época también se comentaba que una indígena se enamoró de un español con el que engendró tres hijos, sin embargo, él nunca le propuso matrimonio y la abandonó para casarse con una española. La mujer, al enterarse, ahogó a sus hijos en el lago de Texcoco. Posteriormente, se suicidó. Desde entonces, su alma vaga por las riveras de ríos, canales y lagos sollozando: “Ay, mis hijos!”
Durante la Colonia, la leyenda sufrió transformaciones, incluso en su vestimenta, ya no usaba huipil de diosa prehispánica; ahora, aseguraban, portaba un vestido blanco y velo parecido al que utilizan las novias o vírgenes españolas, quien recorría las calles del centro y llegaba a la Plaza Mayor, donde se hincaba y volteaba hacia el oriente para gritar su angustioso lamento. Después continuaba su andar hacia las orillas del lago, donde desaparecía.
Se narra que quienes se atrevían a seguirla lo hacían a larga distancia, la claridad de la luna reflejaba la blancura de sus atuendos, quien nunca se veía caminar sino deslizarse entre el empedrado y el agua del lago, para después desvanecerse.
Actualmente, se dice, aparece en las orillas de los ríos y lagos, entre sembradíos o angostas calles de comunidades, cada vez menos en las grandes urbes; sin embargo, esta leyenda perdura hasta nuestro tiempo, incluso en los últimos años han filmado películas como La Maldición de la Llorona, por cierto, producción bastante distorsionada.
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