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El discípulo de Jesús, es quien ha sido educado en la libertad de corazón frente a los bienes materiales.

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El discípulo de Jesús, es quien ha sido educado en la libertad de corazón frente a los bienes materiales.
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11/08/2019 05:06 / Centro, Tabasco

DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO: 5,13-16

EN AQUEL TIEMPO, JESÚS DIJO A SUS DISCÍPULOS: “USTEDES SON LA SAL DE LA TIERRA. SI LA SAL SE VUELVE INSÍPIDA, ¿CON QUÉ SE LE DEVOLVERÁ EL SABOR? YA NO SIRVE PARA NADA, Y SE TIRA A LA CALLE PARA QUE LA PISE LA GENTE.

USTEDES SON LA LUZ DEL MUNDO. NO SE PUEDE OCULTAR UNA CIUDAD CONSTRUIDA EN LO ALTO DE UN MONTE; Y CUANDO SE ENCIENDE UNA VELA NO SE ESCONDE DEBAJO DE UNA OLLA, SINO QUE SE PONE SOBRE UN CANDELERO PARA QUE ALUMBRE A TODOS LOS DE LA CASA.

QUE DE IGUAL MANERA BRILLE LA LUZ DE USTEDES ANTE LOS HOMBRES, PARA QUE VIENDO LAS BUENAS OBRAS QUE USTEDES HACEN, DEN GLORIA A SU PADRE, QUE ESTÁ EN LOS CIELOS”.

PALABRA DEL SEÑOR. GLORIA A TI, SEÑOR JESÚS.

El salto que damos de la enseñanza del domingo pasado a la de este domingo está recogido en la última frase del texto de hoy: “Estén preparados, porque en el momento que menos lo piensen vendrá el Hijo del Hombre” (Lucas 12,40). El discípulo de Jesús, quien ha sido educado en la libertad de corazón frente a los bienes materiales para caminar ligero de equipaje y siempre movido por el amor, también tiene que ser educado en la espera del último día.

En él, su Señor glorificado regresará para el juicio, realizando definitivamente el Reino inaugurado en su ministerio terreno, y con Él la gloriosa y perfecta soberanía de Dios sobre el mundo. En este encuentro gozoso y amoroso cara a cara con su Señor, el seguidor de Jesús tiene puesto su corazón.

Como se hace notar a lo largo de nuestro pasaje de hoy, cuando se refiere a un patrón ausente, una constante de la vida de la fe es la sensación del escondimiento y de la aparente ausencia total del Señor. El problema está en la frase “mientras tanto”. Y ésto supone una prueba muy grande para el discípulo. Es como si se reviviera el dolor interno que suscita la pregunta que viene fuera: “¿Dónde está tu Dios?” (Salmo 42,4).

Cuando miramos alrededor percibimos muchos valores en nuestra sociedad, pero también vemos cómo suceden tantas cosas negativas, que suscitan preguntas sobre el sentido de la vida e incluso: “¿Dónde está Dios?”. Nos sobresaltan guerras, vemos injusticias, no faltan las enfermedades incurables, vemos vuelcos en los valores familiares, se cometen injusticias, a veces falta el empleo y lo esencial para una vida digna.

“¿Dónde está Dios?”
Los señores del mundo parecen ser otros, ellos intervienen de manera decisiva en nuestras vidas y orientan los destinos del mundo.

Frente a todas estas fuerzas tan evidentes para nuestra experiencia, corremos el riesgo de pensar que Dios está lejano y que es débil.

“¿Dónde está Dios?” El camino es largo. De ahí que, en cuanto peregrinos en la historia y en ruta hacia el Reino definitivo, es posible que no lleguemos a encontrar los alicientes que deseamos y corramos el riesgo de cansarnos y de caer en tibieza espiritual. El paso siguiente es el progresivo olvido de nuestras responsabilidades con Dios y que hagamos del capricho el principio inspirador de nuestra vida.

Este peligro es grande, con razón en la primitiva Iglesia se advertía: “No se amolden a las apetencias de antes, del tiempo de su ignorancia”, sino más bien “pongan toda su esperanza en la gracia que se les procurará mediante la revelación de Jesucristo” (1 Pedro 1,15). Para ello: Enuncia lo fundamental de la enseñanza con un doble mandato.

Profundiza en la enseñanza con dos parábolas: la parábola del “patrón que está para volver de una fiesta de bodas”. Ésta describe a los discípulos como sirvientes esperando el regreso de su señor por la noche y les promete una recompensa que va más allá de la imaginación humana: el patrón al servicio de sus sirvientes. Y la parábola (o dicho parabólico) del “ladrón” o también del “responsable de una casa pronto para atrapar a un ladrón”. Ésta hace una advertencia contra la impreparación.

Está ejemplificada en el dueño de una casa que teme la venida de un ladrón. Se deja entender que la venida del Hijo del hombre será de improviso, y tendrá serios efectos negativos para aquellos que no estuvieran preparados. Las dos parábolas son complementarias: la primera acentúa lo positivo y la segunda lo negativo.

Veámoslas ahora pasando primero por el dicho introductorio de Jesús.

El pasaje se abre con un mandato a los discípulos para estén prontos para el servicio: “Estén ceñidas sus cinturas y las lámparas encendidas”. La idea es una, y se expresa con dos imágenes que repiten el mismo mandato. Se trata de dos imágenes frescas muy dicientes para el mundo oriental.

Notemos desde ya que Jesús no está requiriendo solamente comportamientos individuales, en sus palabras se acentúa el plural comunitario. La primera imagen describe el gesto de colocarse un cinturón como una manera de decir: “anden en ropa de trabajo”.

Reconstruyamos brevemente: cuando la gente estaba en su casa habitualmente usaba la ropa de manera más holgada, a veces por el calor o también para sentirse un poco más cómoda, por eso no llevaban el cinturón; ésto se hacía, con mayor razón, para dormir (pensemos en el efecto que causa el ponerse la pijama). Dicho cinturón era un aderezo que, al ceñir y recoger la larga túnica contra el cuerpo en la cintura facilitaba los desplazamientos,
por ejemplo: correr o caminar con mayor destreza en un viaje; recordemos la instrucción para la Pascua: “ceñidas sus cinturas, calzados sus pies y el bastón en su mano” (Éxodo 12,11).

Reconstruimos la imagen para que la asimilemos mejor, pero en realidad cuando Jesús la aplica a los servidores la idea es simple y concreta: hay que estar siempre preparados para trabajar.

Por otra parte, al leer la palabra “esperar” en esta parábola (“hombres que esperan a que su señor vuelva”) pensamos en aquellos que fueron modelo espera de la primera venida del Mesías. San Lucas nos da ejemplo concreto en los bellos personajes israelitas que saben “esperar” manteniéndose buenos y justos, y después de un largo adviento en sus vidas, al llegar a la ancianidad, ven recompensada su esperanza: Simeón, quien “esperaba la consolación de Israel” (Lc. 2,35); Ana, quien “hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Israel” (2,38); y también José de Arimatea, miembro del Consejo de Ancianos, quien “esperaba el Reino de Dios” (23,51). De alguna manera, todos ellos, que son modelo de espera de la primera venida con la rectitud de vida y con el servicio que inmediatamente le prestan al Mesías, también nos dicen cómo debe ser el comportamiento en la espera de la segunda.

La parábola da un salto a lo que se prevé que suceda si el patrón “los encuentra despiertos”. La fatiga de la espera se ve premiada por el gesto inaudito del patrón. Es tan importante el que este aparece destacado en el punto central, la repetición de La bienaventuranza:  “Dichosos los servidores que el señor al venir encuentre despiertos”. Los felicita porque están preparados, ellos han estado “vigilantes”, no se han dormido. Para San Lucas, la “vigilancia” indica prontitud para la acción. Es todo lo contrario a la tontera o al sueño mismo que sobreviene por causa de la debilidad, de la pereza o del acomodarse en los propios intereses.

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