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Con excepción del jueves, los demás días de la semana anterior, el canciller Marcelo Ebrard se apropió de las conferencias mañaneras del presidente Andrés Manuel López Obrador.
Tal fue el protagonismo de Ebrard, que, por vez primera, el Presidente fue opacado en su propio espacio mediático.
Coincidimos en ello varios colegas que día a día vivimos in situ las mañaneras. Desde el lunes, López Obrador prácticamente sólo estuvo ahí para anunciar la apertura y el cierre de la conferencia de Ebrard.
Éste impuso sus reglas, contra las establecidas y que han prevalecido durante más de 150 mañaneras presidenciales.
A Ebrard le brotó el priísta que lleva dentro y decidió que no habría diálogo circular: sólo una pregunta por reportero, sólo un tema, cero réplica de los periodistas. Todo lo contrario de AMLO.
¿A qué le temía Ebrard? Una historia da la respuesta: pretendió censurar en forma grosera una pregunta de este reportero, para que no leyera las frases críticas de Porfirio Muñoz Ledo, presidente de la Cámara de Diputados, contra el acuerdo migratorio.
Ebrard quería acallar en forma autoritaria esa lectura porque Muñoz Ledo dijo frases así: se le hizo “un oscuro favor a EU”; la Cancillería “invadió atribuciones de la Secretaría de Gobernación”; “volvimos al Estado colonial”.
Ni a medias respondió y negó la réplica a este reportero. Ebrard cree que hace un favor al dar una conferencia de prensa. No. Es el esquema de comunicación que ha elegido este gobierno para cumplir el mandato constitucional (que ni a medias lo hace) de acceso a la información pública por parte del ciudadano.
Si Ebrard se propuso la semana anterior opacar al Presidente, lo hizo excelente.