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El dilema: migrar o no migrar

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PLUMA INVITADA

PORFIRIO MUÑOZ LEDO

La migración está definida como el fenómeno por el que “algunas personas dejan su lugar de residencia para establecerse en otro país o región”. Ha ocurrido desde los orígenes de la humanidad, fue la causa del poblamiento mundial y la cuna de las actuales nacionalidades. Mientras que en el pasado se facilitaban estos éxodos hacia comarcas menos habitadas, en nuestro tiempo se ha declarado la hostilidad e incluso la persecución principalmente contra quienes provienen del sur, de países menos desarrollados o de razas consideradas inferiores. La globalización conlleva la movilidad de todos los factores económicos, menos la mano de obra. Se desplazan bienes, servicios y capitales, al tiempo que se combate el libre tránsito de los seres humanos.

Más de 258 millones de migrantes en todo el mundo viven fuera de su país de nacimiento, representa el 3.4% de la población de la tierra y contribuyen con un 9% al PIB mundial –7 billones de dólares al año–, lo que equivale al 45% del producto interno de los Estados Unidos. El desamparo y la xenofobia han provocado 3,341 migrantes desaparecidos en las rutas de todo el mundo en lo que va de 2019, a pesar de que cada año migran 27 millones de personas, de las cuales 80% son niñas, niños y jóvenes que abandonan sus países, acompañados o no de sus padres.

La migración es un derecho humano consagrado en documentos fundamentales de Naciones Unidas, comenzando por el Pacto de Derechos Económicos y Sociales en el que se estipula que “toda persona tendrá el derecho de salir libremente de cualquier país, incluso el propio”. Correlativamente prescribe que “deben crearse las condiciones económicas para que las personas puedan permanecer en sus países”. En suma, los instrumentos internacionales consagran tanto el derecho a migrar como el derecho a no migrar.

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