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A las 8:30 es la función. Fueron las palabras de Ernesto Hernández, La Madrastra, como le decimos nosotros, pero es quien resuelve de manera eficaz todo lo que tiene que ver con los conductores de Ventaneando, así que me preparé con tiempo, le dije a mi mujer: “Nos vamos en Uber porque luego es un pedo estacionarse en el centro”. Y así lo hicimos, desde las 4:30 ya estábamos trepados en el Versa y una maldita hora después ya estábamos frente al Teatro Hidalgo, donde se lleva a cabo este espectáculo; sin embargo, pues faltaban tres pinches horas para su inicio, pero yo me aventé la “pedriña” (término con el cual nos referimos cuando Pedro Sola llega cuatro horas antes a cualquier cita). Así que decidimos ir a comer al Café Tacuba, restaurante de toda la tradición en el Centro Histórico y que se encuentra precisamente en la calle de Tacuba, justo a unas cuatro cuadras del Teatro Hidalgo, cerca pensarán todos, solo que no conté con que había que cruzar a patín la Av. Hidalgo y luego el Eje Central, cosa que resulta una verdadera hazaña, pues no hay respeto ninguno ni educación cívica en este país.
Así que justo cuando estaba cruzando por la avenida Hidalgo y con el muñequito en verde, un chofer del Metrobús simplemente nos dejó ir el camión entero: él venía dando vuelta en contraflujo del Eje Central y no se conformó con echarnos el camión a nosotros, que veníamos terminando de cruzar la avenida, sino que siguió sin detenerse y pretendía que nos regresáramos los peatones sin cruzar y él seguir avanzando, por lo que me paré enfrente del camión como aquella famosa foto del niño vietnamita frente al tanque, y le grité las peores vulgaridades que mi ejercitada mente trajo a mi boca. El otro solo pintaba dedo, pero escuchó de todo e incluso lo seguí correteando como Remi al Cisne Blanco junto al río, solo que yo por la banqueta, pero recordándole a su madre más que lo que el mismo Remi la había recordado.
Total, que como las penas con pan son menos, con unas enmoladas y una concha con café con leche se me olvidó el incidente. Llegué a ver a lo que iba, El beso de la mujer araña, que por cierto es el último fin en escena, ¡no se la pueden perder! Chantal Andere es simplemente una estrella, de esas que no se dan ya, de esas que con solo pararse en el escenario lo llenan todo, que con solo emitir las primeras notas se nos pone la piel chinita; de esas que cantan, bailan y actúan y todo lo hacen bien; de esas que tienen que estar siempre delante de una cámara o arriba de un escenario, todo esto aderezado con una gran producción, con grandes músicos, bailarines y cantantes, además de una historia estremecedora.
Vale la pena no perdérsela, público querido. He dicho.