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Alejandro Lelo de Larrea
En la puerta de salida del área de seguridad del aeropuerto, esperan decenas de personas la llegada del presidente Andrés Manuel López Obrador. Portan pancartas, obsequios, cartas, expedientes con denuncias, quejas contra el gobernador. O simplemente están ahí para saludarlo, para verlo en persona.
Cuando se abren las puertas de cristal y aparece, el grito de emoción de la gente invade el lugar. Le aplauden. Corean Porras. Nadie le hace un reclamo directo a él, contra su actuación como presidente. Al contrario. Seguro por ahí hay quienes no coinciden con él, pero no hacen alarde. Rondan en silencio.
Eso es lo que ha ocurrido en todos los viajes de López Obrador ya como presidente, desde el primero que hizo a Veracruz, el 2 de diciembre, hasta el del viernes pasado, a Aguascalientes. Ya visitó los 32 estados.
Como reportero, he tenido la oportunidad de viajar en el mismo avión que el presidente en prácticamente todas sus giras, en estos primeros 100 días de gobierno. Siempre se transporta en línea aérea comercial, clase turista.
También lo hice en la vuelta que le dio al país como presidente electo. Es un rock star, donde quiera que se pare. A veces hasta hace discreta su presencia en los aeropuertos pare evitar tumultos. O llega ya en el límite para abordar el avión.
En uno de tantos viajes, sentado la última sala de espera, comentaba que el trato tan favorable de la gente es síntoma de que va por buen camino. Pero el gran reto es que siga igual dentro de uno, dos, tres años.
Que no esos aplausos y porras se conviertan en abucheos, rechiflas, reclamos. La prueba del público.