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“El colapso de la civilización y el mundo natural está en el horizonte”, dijo Sir David Attenborough —científico británico y comunicador de la ciencia— durante la conferencia anual sobre cambio climático de las Naciones Unidas (ONU), el pasado 3 de diciembre.
Las malas noticias sobran. Cada semana soy testigo de cómo surge nueva información indicando que cada vez estamos más cerca del ‘final’. La que más me impactó recientemente fue la frase de arriba, que leí en varios titulares de portales digitales de noticias.
¿Será una exageración decir que estamos a punto de terminar con nuestra civilización? También expresó que “justo ahora estamos enfrentando un desastre a gran escala ocasionado por los humanos, nuestra mayor amenaza en miles de años: el cambio climático”, durante su participación en la COP24, llevada a cabo en Katowice, Polonia.
Si consideramos que esa reunión es la más importante a nivel mundial en cuanto a temas de medio ambiente, tal vez el señor no esté exagerando tanto. Quizá sería adecuado ponerle un poco de atención.
Y, frente a ese panorama ‘catastrófico’, ¿qué se puede hacer, qué estamos haciendo?
Sin duda hay necesidad de un cambio, uno de fondo y no solamente de forma, si realmente queremos seguir habitando este planeta que nos brinda lo necesario para existir. Lo curioso es que mucha gente cree que “el cambio está en uno mismo”, es decir, si una persona decide ser ‘buena’ y cumplir sus responsabilidades de cualquier ámbito, todo lo demás se arreglará; que como una explosión en cadena la acción personal ocasionará que toda la estructura cambie y las cosas mejoren.
“Si soy buen ciudadano (uno que cumple sus obligaciones y ejerce sus derechos), separo mi basura, ahorro agua y no tolero ‘mordidas’, todo va a cambiar, las cosas van a mejorar”. Esto no es así. No porque yo no acepte la ‘mordida’ del oficial de tránsito, todo el cuerpo de policía dejará de ser corrupto. Si yo me baño en 5 minutos y reciclo el agua para el excusado, la escasez de agua no terminará. No, las cosas no suceden por arte de magia.
¿Entonces qué hacer? Tampoco me parece útil echarle la culpa de todo al gobierno (aunque a veces parezca que sí la tiene), porque sinceramente ¿cuánta gente se preocupa de qué y qué no hace su administración pública local? Sé que hay gente que lo hace, pero en la vida cotidiana uno puede darse cuenta que el tema de ‘la política’ no es muy bien aceptado para una plática cualquiera.
Tampoco estoy diciendo que el gobierno sea eficaz a la hora de hacer valer las leyes, pero creo que hay que ir más allá de ese discurso que nos vuelve ajenos a los acontecimientos públicos.
Para empezar, algo que podría ayudarnos sería conocer el marco jurídico, las leyes y reglamentos bajo los cuales se establece cómo debe ser la interacción en la comunidad, porque finalmente eso es lo único que (según) importa en la sociedad que vivimos, una ‘sociedad democrática’.
Más aún en esta nueva etapa política de la ciudad (y del país), en la que se busca “abrir” la política a la gente, que la ciudadanía se informe y participe en las acciones del gobierno, que sepa cómo y por qué se están gastando el dinero que administran.
Así, podemos comenzar a hojear nuestra nueva y ‘flamante’ Constitución Política de la Ciudad de México, misma que acaba de entrar en vigor el pasado 17 de septiembre. ¿Sabías que tenemos una nueva constitución?
Regresando al cambio climático, la constitución local de nuestra ciudad menciona esta unión de palabras en 2 ocasiones, en el artículo 16 del capítulo I, “de las Normas y Garantías de los Derechos Humanos”, del Título Segundo denominado “Carta de Derechos”.
“Las autoridades garantizarán el derecho a un medio ambiente sano. Aplicarán las medidas necesarias para reducir las causas, prevenir, mitigar y revertir las consecuencias del cambio climático”. Está en la Constitución.
Entonces nuestro deber como ciudadanos, además de cumplir con lo mínimo que nos toca, es estar al pendiente de cómo el gobierno se encarga de hacer cumplir estos lineamientos, simple y sencillamente porque es su trabajo. Y si no lo hacen, exigir de la manera que cada quien pueda. Algún día seremos una Ciudad del futuro.