Visitas
Por:Jetzael Molina Sedeño
Todo quedó acordado a través de WhatsApp entre mi amigo Akbalam y yo, el jueves por la tarde nos encontraríamos en metro Garibaldi para ir a Tepito y conseguir las películas que no habíamos podido encontrar con el señor que vende “cine de arte” en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales.
El mencionado día llegó, salí de casa con tiempo para poder estar en la estación que tiene el nombre en alusión al nieto de Giusseppe Garibaldi, José “Peppino” Garibaldi, personaje que combatió, junto a Francisco I Madero, durante la Revolución. El punto de encuentro esta vez no fue debajo del reloj, me encontraba a la espera de mi amigo alejado del tumulto de personas que se empezaba a formar para la espera del tren.
Akbalam llegó en el convoy naranja, las puertas se abrieron y rápidamente nos ubicamos a pesar del andar de las personas que salían y entraban a los vagones. Fue tan rápido el encuentro que nos dio tiempo de subirnos en el mismo metro en el que había llegado. La siguiente estación, Lagunilla, apareció de entre la oscuridad del subterráneo.
Salimos de la estación que se encuentra sobre Eje 1 Norte; subimos por las escaleras, las cuales estaban iluminadas por unas lámparas que producían luces de colores, productos que ofrecía un joven vendedor. Pilas, rastrillos y juguetes de moda se exhibían en el puesto que estaba sobre las escalinatas del metro.
Una vez afuera de la estación, emprendimos la caminata hacia la calle de Jesús Carranza. Clandestino éxito musical de la cantante colombiana Shakira, sonaba en una de las bocinas de los puestos ambulantes que ofrecía ropa barata, ropa para toda la familia. En otro puesto, las cartulinas fluorescentes anunciaban la oferta de cuatro pares de calcetines por veinte pesos.
El ruido, el caos y el paso que no lleva sincronía de entre el montón de gente que camina por las calles de Tepito se presentó ante nosotros. Llegar al barrio de Tepito es muy fácil, lo difícil o lo que puede resultar preocupante, para muchos, es salir del barrio bravo, sin haber sido asaltado o timado por algún chico banda.
Mi amigo Akbalam y yo llegamos a los puestos dedicados a la venta de cine de culto o conocido también como cine de autor. Sueño en otro idioma, del director Ernesto Contreras o Post Tenebras Lux, de Carlos Reygadas eran algunos títulos que buscábamos. En los puestos aparecían producciones de Lars Von Trier, Gaspar Noe, Tarkovski, Jean Luc Godard, entre otros.
Las compras en Tepito se disfrutan cuando encuentras lo que estás buscando y más a precios realmente baratos. La visita al barrio bravo del centro iba ser breve debido a que mis actividades laborales arrancarían por la tarde. La misión de comprar las películas estaba hecha. Lo siguiente era salir de ahí. Para mí, no eran las primeras veces que visitaba el tianguis, pero para mi amigo era su segundo encuentro con el folclor que se vive en aquella zona de la ciudad.
De regreso a la estación más cercana, un chico de unos veintidós años que vestía playera blanca, pantalón de mezclilla azul y unos tenis blancos nos ofreció el servicio de cambio de celulares. Nuestra respuesta fue negativa, “No carnal, gracias” a lo que él respondió, “Ah, ya ven… no me van a hacer caso” “ Regálenme unos minutitos”, pues resulta que esos minutitos se hicieron horas para mi amigo Akbalam y para mí, ya que que fuimos víctimas de una “extorsión” y consecuentemente un robo por parte de los chalanes que laboran en Tepito.
El tipo te pide tu celular para hacer un “avalúo” del equipo y revisar el sistema que tiene el aparato móvil para “regalarte una aplicación” con la que vas poder hablar y navegar en internet durante seis meses gratis. Para que el proceso fuera rápido yo le mostré mi celular, revisó lo que a él le importaba y me lo entregó. Para el chavo banda mi teléfono no estaba chido. Me entregó una tarjeta de presentación con el nombre del local “Scooby-Doo Papá”, compra, venta y cambio de equipos celulares, eso en la parte frontal de la dichosa tarjeta, en la parte trasera de ese cacho de papel venía una leyenda impresa: 30% de descuento al presentar esta tarjeta, la llenó con mi información y me la entregó.
Acto seguido le pidió su teléfono a mi amigo que lo tenía en las manos y se introdujo en el local que se encuentra sobre la acera de Eje 1 Norte a la altura del mercado de zapatos de Granaditas. El chico le mencionó a mi amigo que le regalaría la instalación de la aplicación a su equipo, pero que tendría que esperar un rato a que se descargara en su teléfono.
Akbalam siguió al tipo para pedirle su teléfono Samsung, un equipo no tan reciente pero sí lo suficientemente útil para el uso diario. Al pasar los minutos me uní a ellos al fondo del local y percibí un ambiente de disgusto y tensión. El joven tepiteño comenzó a alzar la voz y a decir que lo dejáramos trabajar porque se estaba “emputando” y eso iba a valer madre.
Nuestro asombró ante la situación nos hizo reaccionar y exigirle que nos entregara el equipo porque teníamos que irnos y no queríamos su aplicación ya que no sabíamos qué clase de sistema le estaban instalando.
El chico sintió una reacción ofensiva de nuestra parte a lo que respondió con un “fíjense cómo me están hablando (…) al chile háganle como quieran pero el celular ya no se los voy a entregar (…) es más lo único que les voy a dar es el chip y la tarjeta de memoria”. Mi amigo sudaba y su mirada transmitía angustia y desesperación.
Un segundo individuo se acercó y nos lanzó una advertencia “ ya ven, para qué hacen enojar a mi amigo, ahora no les va a entregar ni madres, así se trabaja aquí” . Akbalam y yo nos quedamos atónitos ante la situación. El sujeto que nos ofreció el servicio se comunicó a través de un radio con un “compañero” al que le solicitó su presencia urgente en el lugar, ya que dos weyes se estaba rebelando. Cuando transmitió el mensaje agregó una descripción de la apariencia que teníamos, detalló la forma en la que íbamos vestidos para que fuéramos fácilmente identificados por los chicos del barrio.
Un tercer sujeto apareció al paso de unos minutos. Se acercó a nosotros , calmó la ira de su compañero y le dijo que se tranquilizara ya que nosotros estábamos bien tranquilos y no era para tanto. Este último en llegar parecía más alivianado que los otros tipos.
Le contamos que no nos interesaba la aplicación y que solo queríamos de vuelta el celular a lo que respondió: “miren chavos el celular ya no se los vamos regresar (…) a menos de que nos den unos 400 pesos y se lo entregamos (…) o bien, nos den a cambio otro celular, lo que pasa es que aquí tenemos que entregar 30 celulares al día al jefe.” Para él su compañero sólo estaba haciendo su trabajo, así que no cometía ningún acto que estuviera en contra de los acuerdos que se manejan dentro del barrio bravo de Tepito. El joven hacía su “trabajo”.
La cosa estaba clara, teníamos que entregarle dinero a cambio del celular de mi amigo. Akbalam se quedó a negociar con los traficantes de celulares, mientras yo acudía al cajero más cercano a revisar cuánto dinero podía conseguir de mi tarjeta para darle la cantidad que nos pedía el sujeto.
La tarjeta de débito marcaba doscientos sesenta pesos, retiré todo lo que pude y me dirigí nuevamente al local donde se encontraba mi amigo y los vendedores. Al llegar le dije que sólo tenía esa cantidad de dinero, le sugerí que aceptara el pago a cambio del celular cosa que el vendedor rechazó. Ellos tenían una tarifa fija para este tipo de negociaciones. “No carnal ya quedamos en un acuerdo, tienen que ser cuatrocientos o quinientos pesos por el celular. Así no sale. O venga por el equipo mañana, traen el varo y si no juntan la cantidad vengan con otro celular y vemos qué hacemos. Aquí vamos a estar, no le vamos a cambiar la fachada al lugar.”
La cara de mi amigo era de desesperación, no sabía cómo recuperar su celular. Se acercó a mí y me dijo “Mejor ya vámonos wey, no me van entregar el celular a menos de que les dé el dinero”. Intercambiamos palabras y decidimos movernos del lugar. No sin antes acordar con los vendedores de celulares regresar por el equipo al día siguiente – obviamente no regresamos, mi amigo ya no quiso volver- ya con el dinero o con un equipo diferente para hacer el truque. Para ellos la cosa no es perder y menos cuando de trata de su trabajo, ya que por cada celular que obtengan les toca una comisión por la chamba que realizaron.
Caminamos entre los puestos del barrio bravo con dirección a la estación del metro, descendimos al subterráneo y nos introducimos en los vagones. La vivencia había estado cargada de mucha energía, negativa, claro está. Teníamos en nuestro poder películas de Ingmar Bergman, David Lynch y otros directores. Pero sobre todo llevábamos la experiencia de que en el barrio bravo la ley, es la ley, ya sea la que aplican las autoridades coludidas con el crimen organizado, o bien la que ejercen los líderes del cártel de la Unión Tepito.
Ahora sí que aplicaron la de “Scooby-Doo PaPa y presta pa´ca”…