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El Estadio Olímpico Universitario revivió el espíritu de los Juegos Olímpicos 50 años después

Ciudad de México.– En el mes de septiembre el buque escuela Cuauhtémoc trajo desde La Ha­bana, Cuba, el fuego olímpico a nuestro país, para conmemorar los 50 años de la celebración de los Juegos Olímpicos en México.

Desde entonces la llama per­maneció en la sede del Comité Olímpico Mexicano (COM), donde se dieron cita grandes leyendas nacionales y extranjeras que parti­ciparon en México 68, desde tem­prana hora.

El medallista olímpico en Los Án­geles 84, el mexicano Daniel Aceves, fue el encargado de encender la antorcha que sería trasladada al Estadio Olímpico Universitario como hace medio siglo; Aceves cedió la antorcha a la primera vi­cepresidente del COM, Jimena Saldaña, y ésta, a su vez, la entregó a todos y cada uno de los medallis­tas que acudieron el evento, hasta que llegó al poder de Laura Vaca, nadadora master finalista en 1968, quien se convirtió en el primero de los relevos que trasladaron la llama por 20 kilómetros hasta el recinto universitario.

Ya en el inmueble, casa de los Pumas de la UNAM, que lució desolado al no ser un evento abierto a todo el público, desfilaron depor­tistas, entrenadores, jueces, volun­tarios, leyendas y medallistas, divi­didos en las 18 distintas disciplinas oficiales y dos de exhibición que se llevaron a cabo hace 50 años.

Los protagonistas volvieron a marchar por la pista de tartán para después colocarse en el centro del terreno de juego para formar los aros olímpicos con sus distintivos colores; detrás de ellos ingresaron seis de los nueve ganadores de presea mexicanos en la justa de 1968.

María Teresa Ramírez, Felipe Muñoz, Antonio Roldán, Joaquín Rocha, Agustín Zaragoza y Ricardo Delgado portaron la bandera de México 68, los tres ausentes fue­ron María del Pilar Roldán, Álvaro Gaxiola y José Pedraza, éstos dos últimos fallecidos.

REPITE

Miguel Ángel Sola tenía 14 años cuando se inauguraron los Juegos Olímpicos en 1968, 50 años des­pués volvió al Estadio Olímpico para ver la ceremonia conmemo­rativa, y aún recuerda cómo fue aquella tarde de sábado.

“Fue algo precioso, en un en­torno muy difícil, pues se venía de días muy difíciles para el país, pero la verdad es que independientemente de los sucesos trágicos que habían acontecido (el 2 de octubre), y que todavía se dieron después, el hecho de haber pre­senciado todo este evento fue una maravilla, que paradójicamente hizo olvidar a muchos mexicanos lo que estaba sucediendo en nuestro entorno”, revela en entrevista para Grupo Cantón, Sola, quien acu­dió la tarde de ayer al coso de la Avenida de los Insurgentes con el mismo boleto, con el que accedió a la ceremonia de inauguración de México 68.

“No era fácil conseguir el bo­leto, el costo era de 10 pesos de aquellos años, pero la rebatinga (sic) de boletos estaba igual que ahora cuando quieres entrar a la inauguración de una Olimpiada; sin embargo, lo guardé con mucho cariño”, entrada que le permitió atestiguar una ceremonia especial.

“Aunque también había mucha inquietud, las palabras del presidente no se escucharon ante la rechifla que recibió, (Gustavo) Díaz Ordaz la tuvo difícil, a pesar de que tenía un vozarrón el señor, y seguramente hubo manejo en el sonido del estadio, pero uno que estuvo aquí se dio cuenta de la rechifla bárbara, la sensación del ambiente era contradictorio, días antes, Insurgentes estaba lleno de tanques y era impresionante ver y sentir el ambiente tan difícil que se dio en días previos a la olimpiada”, asegura.

FUEGO ETERNO

Hace 50 años, Miguel Ángel Sola tuvo la oportunidad de admirar el comienzo de la justa veraniega en la tribuna debajo del Pebetero, ahora, del otro lado en la tribuna del Palomar, volvió a ver, aunque ahora un poco más lejos, el paso de Enriqueta Basilio, quien como en aquel entonces, volvió a en­cender el Pebetero ubicado en Ciudad Universitaria.

La exvallista recibió el último relevo de parte de Horacio de la Vega, director del Instituto del Deporte en la Ciudad de México, a unos pasos del Pebetero.

Basilio, como en 1968, volvió a saludar a los cuatro puntos cardinales, antes de colocar la antor­cha en el Pebetero y encender la llama olímpica en punto de las 12:50 horas, el fuego ardió en casa, como en aquel 12 de octu­bre de 1968.

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