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Mientras la tendencia internacional es apostar por energías limpias a fin de disminuir las presiones presupuestales de los gobiernos y del consumidor en general, el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, pone en la brújula el petróleo.
Claro, ante la clara tendencia a la baja de nuestras reservas probadas de crudo, hay que aprovechar lo que puede ser un repunte del precio internacional de los combustibles de origen fósil.
Sí, es una decisión a corto plazo acertada, pero a largo plazo muy equivocada. La apuesta es explotar las reservas que se tienen en estos momentos e incluso recurrir a tecnologías como el fracking, que consiste en inyectar agua, nitrógeno o aire, para que se le de potencia a la salida de crudo a la superficie.
Esto lo están haciendo, desde hace más de 20 años, en Texas y otros estados de la Unión Americana. Sin embargo, en México apenas se pone en marcha esa tecnología que es menos costosa.
Incluso, en los debates del Congreso en los últimos años los partidos de izquierda como PRD y PT, se pronunciaron en contra del fracking. La justificación de esa postura es por el uso irracional de agua que en muchas regiones del país es necesaria para la supervivencia. El uso de agua es el método más barato, ya que el uso de nitrógeno, aunque es más efectivo, es más oneroso.
De manera paralela, es importante apostar por la venta a corto plazo del petróleo y a largo plazo el disminuir la dependencia de los combustibles de origen fósil como el gas natural y el petróleo. Tenemos amplias posibilidades de utilizar la energía eólica, hidroeléctrica y solar, entre otras que día a día, son más sofisticadas por el uso de agua de mar para motores de autos y camiones.