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marzo 28, 2024

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Tácticas y derrotas

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Cuando las teorías son extremas debiéramos encontrar el punto medio para poder no sólo suavizar los radicalismos sino igualmente encontrar una vía para la reconciliación de los polos opuestos supuestamente alterados por fanatismos, vocaciones de incondicionales y hasta por el rastro malévolo del pasado tenebroso y rebosante de cabos sueltos. Imagínense: todavía a treinta y dos años del asesinato de Carlos Loret de Mola Mediz, mi padre, sigo descubriendo las piezas sueltas del rompecabezas de la perversidad. ¡Y hay quien me pide asimilar lo sucedido para darle “una segunda oportunidad” a Bartlett y compañía! De ser así, tendríamos que abrir las crujías para permitirles a Javier Duarte, Roberto Borge, Guillermo Padrés, Andrés Granier Melo, Tomás Yarrington, y otros rufianes, un tratamiento similar por aquello de la igualdad entre los seres humanos. Un horror el de quienes todo lo justifican en aras de defender a sus iconos.

Hay quienes afirman, pese a cuanto lleva en sus bodegas el náufrago peña, que el mandatario calculó su fuerza, con base en asegurar su futuro a costa de la estrategia de dividir a los opositores hasta el grado de enfrentarlos de manera irreconciliable con posiciones extremas y salidas rebosantes de llaves con el sello del águila. De allí las pugnas internas registradas en la izquierda, multiplicadas por las tinieblas de la “consulta” en la Ciudad de México –bastante más cercana a la voluntad del icono mayor que a la prometida transparencia–, y los constantes devaneos de un sector de la misma con sus enemigos históricos; e igualmente la sorpresiva guerra intestina en la derecha, en el PAN, que estalló con la designación camaral, a espaldas de su dirigente nacional, del calderonista Ernesto Cordero Arroyo quien, ahora expulsado, pasará a la historia no como un secretario de Estado del régimen ominoso de felipe sino en condición de uno de los mayores esquiroles y marionetas al servicio del establishment siguiendo la voz del amo. ¡Qué vergüenza para sus hijos!

Como prólogo a lo anterior, el presidente exigió hace un año que el PAN se sumara a su propuesta de establecer un fiscal general, por nueve años, y destacar a su cómplice, el actual procurador general, como único aspirante. Al negarse el PAN surgieron los siguientes golpes armados desde la cúpula del poder: Ricardo Anaya Cortés fue señalado como responsable de peculado bajo el basamento de haber multiplicado su fortuna –que ya tenía– durante su lapso político; el mandatario federal mandó llamar al coahuilense Miguel Riquelme Solís para felicitarlo dándole jerarquía de gobernador electo cuando ningún fallo del TEPJF le había señalado como tal, rompiendo con la institucionalidad requerida; y finalmente se sacó el nombramiento de Cordero en el Senado devastando a la bancada panista y a su líder nacional simplemente relegados de tal decisión tomada en Los Pinos. Tres golpes por uno, al estilo estadounidense más feroz, sólo en 2017 y antes de las campañas que lo derrotaron por nocaut.

Dividir a los opositores fue la sucia táctica para asegurarse el voto duro de los priistas, aunque haya menguado, y así encaminar la idea de una lejana “victoria” con los mínimos posibles, esto es el 25 por ciento de los votantes en principio –quedaron con el 16.4 por ciento–, mientras los adversarios se estrellan con el muro infranqueable de los órganos electorales al servicio del presidencialismo como ha sido siempre.

Un partido contrario al gobierno sólo vence, lo han dicho los mayores politicólogos, por paliza. Y así fue.

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